UN HOMBRE SOLTERO PARTE XXII






¿Debía volver otra vez a molestar a mis amigos, llamándoles para tener alguien con quién conversar? El estar incomunicado era para mí algo insoportable, solo la pasaba bien o mejor dicho, me siento plenamente vivo cuando tengo sexo con mis amantes, pero, si ellas se alejaban de mí con el fin que yo escribiera sobre el amor, ¿podría soportar ello? Porque para ser sincero, desprecio la amistad con los de mi género, lo mío es tener sexo con mujeres para luego ir a un café y pedirme una Coca Cola helada con cubos de hielo y calar mis tabacos mentolados mientras evoco la felicidad. Era como ser expulsado del paraíso para ser un hombre mal humorado, triste y cuya escritura se convertiría en la propia de los peleados con el mundo. No, no puedo vivir sin mujeres y mucho menos estar sin comunicarme con nadie, en realidad la comunicación es algo intrascendente para mí, hay otra comunicación en el orgasmo cuyo valor le da sentido a todo, las palabras siempre fueron grafías cuya interpretación se presta para todo, menos para entender al autor. Mi pregunta era, ¿hasta qué punto la música podría ayudarme? Porque con el pasar de los días, mis erecciones constantes me dejaban una sensación de reclamo, ¿así escribiría sobre la invención del amor?, ¿y mi estilo de vida?, ¿no es una aberración condenar al hombre feliz a no tener sexo con sus mujeres?, ¿la Literatura podría cubrir el espacio de mis mujeres y demás placeres?, porque mis llamadas eran casi diarias y no recibía respuesta por parte de esos amigos a quienes la vida no trataba bien, amigos con vidas estropeadas y sin las libertades acostumbradas por mi persona, libre de responsabilidades u obligaciones. Tampoco volvería a abordar a muchachas por la ciudad, mucho menos a mis 47 años, cuando sé de las pocas posibilidades para el amor ante un desconocido de quien se presume, a sus 47 años, no cuenta con el vigor propio de los jóvenes, esos eyaculadores precoces instauradores del sexo de 15 minutos, sexo propio para las mujeres insatisfechas cuyos amantes jamás sabrán de la cantidad de orgasmos alcanzados por ellas en más de una hora de sexo continuo, antes del orgasmo de uno. Y como empecé a notar, mi mal humor se hizo notorio como la expresión en mi rostro, todo me asqueaba y el tedio me derrotaba, ¿tendría entonces las debilidades de llamar a las ex’s? sentado frente a mi ordenador entendía de la soledad y la frustración de los solitarios bebedores quienes se acompañaban igual de otros para soportar el diálogo perdido. Era el recordar esos años cuando en el aburrimiento, escribía para acompañarme de alguien, en este caso, de mis creaciones desde donde hurgaba dentro de mí el mundo arrebatado, donde se conoció la dicha y en su ausencia, solo podía escribirla para resistir, no solo al alcohol u otro sucedáneo sino a estar inducido al suicidio, a encontrar gente desadaptada en los chats donde abundan los gays y las mujeres enfermas. Esto no es vida. ¿Era una lección impuesta por mis mujeres? Porque ellas podrían seguir haciendo el amor con cuanto hambriento de placer haya mientras yo tendría otra vez que revisar mi presupuesto para el mes y así, calcular cuántas veces podría tener sexo con las trabajadoras sexuales si de esa forma aliviara mis necesidades entre días pesados y echados para el olvido. Era escribir desde la nostalgia, o tal vez desde los días de todos, de los hombres desdichados y sin futuro. ¿Así de cruda vendría a ser mi Literatura? Decidí por ello solo salir de mi apartamento las contadas veces a salir para tener intimidad por pocas horas pocas veces. Entonces pensé en cómo somos los hombres solteros y solitarios y, también medité sobre la vida de los hombres casados y condenados a estar con una sola mujer. Las ex’s fueron descartadas de inmediato y, no porque no repitiera de mujer sino, porque eso sería despertar sentimientos llenos de odio y venganzas cuyo único fin conduciría a la destrucción de eso llamado amor. Pensé entonces en todos esos hombres solteros que hacen el amor eventualmente, en los citadinos de las muchachas de hoteles, en las largas horas donde el miembro viril está erecto pero no hay dónde penetrarlo. Esto era un calvario. No me casaría, lo tenía bien claro. Era cuestión de resistir y dejar pasar los días, conocía el camino, un par de semanas y estaría tranquilo, con la libido calmada y sin necesidad de desear tener solo sexo. No estaba del todo derrotado. Mis venganzas serían mayores: reforzaban mi tesis del no repetir de mujeres en la cama, 5 veces sexo por mes era ya de por sí angustiante, 5 muchachas para poseer cuando estaba acostumbrado a hacerlo 5 veces con ellas por día. Rompí entonces la agenda donde estaban ellas, borré muchos números de mi celular al corroborar su negación a contestarme. Me cansé de llamar a esos amigos porque odiaban mi estilo de vida, esa fortuna de solo dedicarme a hacer el amor. Esta era la invención del amor: hacer el amor solo con  trabajadoras sexuales de veinte años, porque si la mujer fuera hombre, otra sería su visión del mundo, más allá de la menstruación y su pelea feminista contra nosotros los varones. Tuve entonces bien en claro mis ideas sobre el amor. 2 semanas para recuperar una paz desde un organismo lleno de testosterona, el ser un hombre acostumbrado a dialogar con el cuerpo al momento de tener sexo, no con palabras, o tener que conversar con hombres de dudosa virilidad para evadirme de la soledad.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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