UN HOMBRE SOLTERO PARTE XXIII
Para despejar mi mente, salí de
mi apartamento. Me dirigía al café de
siempre para pedirme un agua de soda con cubos de hielo, acompañándome con mis
tabacos mentolados. Paseaba por las céntricas calles de la ciudad y contemplaba
rostros serios, aburridos por una vida carente de sentido aparente para esas
personas muy lejanas al conocimiento poseído por mi sabiduría. No estaba dentro
de mis planes conquistar a una muchacha para tener una relación, sin embargo
las muchachas estaban por todas partes, bellas, hermosas, tentaciones
imposibles de ser ignoradas. Había algo para añadir, en las calles todos somos
extraños para todos y, las muchachas de discotecas solo salen con sus amistades
para tratar de ligar entre ellos. Esas experiencias de cuando era veinteañero y
pensaba en ligar con muchachas de discotecas me dejaron el sabor a camorras por
entrar a territorios donde no debía estar. Ir a discotecas para buscar sexo era
una pérdida de dinero y tiempo. Todas las agencias de la ciudad desde donde las
trabajadoras sexuales brindaban sus servicios me dejaban serias dudas por
contagios a enfermedades de transmisión sexual, no las conocía y no podía
traerlas a mi apartamento, me explico, cada cuerpo tiene sus propias bacterias
además, no quería correr riesgos innecesarios. El hotel al cual solía ir para
tener intimidad donde estaban las muchachas había cerrado y no tenía manera de
comunicarme con ellas. Esto era entrar en una crisis mayor. Pasé por la puerta
de bares donde los hombres bebían como locos. ¿Eso es la vida para ellos? Me puse
los audífonos de mi celular para escuchar la música de una de las radios
seleccionadas. El panorama no era del todo alentador. Mis pasos apurados
propios del vigor de quien tiene una vida sexual muy intensa y tiene más
resistencia física a la de las demás personas me condujeron hacia la escalinata
de los altos del café donde hallé una mesa vacía dónde sentarme. La mesera se
me acercó y al reconocerme me sonrió diciéndome si la orden era la de siempre. Dije: sí. Y se marchó mientras observaba a hombres dialogando y bebiendo entre
ellos. Sabía bien de las consecuencias de beber entre hombres, eso para un varón
como yo, lleno de testosterona era una forma ridícula de feminizarse, porque
luego venían los abrazos y los te estimo, eres mi amigo, mi hermano y etc.,
cuyo final era excusado con un: no recuerdo, estuve muy ebrio. Me resultaron
patéticas las imágenes observadas, lo cual me instó a contemplar el paisaje
para ver lo mismo de siempre: soledad en la Plaza, gente yendo y viniendo sin
posibilidades para el amor. Puesta la gaseosa sobre la mesa con el cenicero y
dos vasos, uno para servirme y otro con cubos de hielo, me dejaron la esperanza
de otras tardes a recordar, tardes intensas de placer, todas las muchachas con
las que hice el amor y volvería a hacerlo hasta escribir esa invención del amor
pedida también por el interesado en el libro a escribir. No tenía en mente
cambiar de ciudad, aquí me siento a pesar de todo bien, pensé. Probé del agua
de soda y el celular sonó, era un viejo amigo quien me repetía una y otra vez
sobre dos muchachas y varias cervezas de por medio. Tuve una erección inmediata
al escuchar eso de las dos muchachas dispuestas, pero al oír lo de las cervezas
de por medio, mis ánimos cambiaron, las muchachas con ese estilo de vida no
eran de mi agrado, normalmente eran muchachas aficionadas más al alcohol que al
sexo, nunca una vagina excitada aplazaba el sexo por unas cervezas, el amor es
otra cosa, pensé, no una tarde de tragos con mujeres anorgásmicas
desconocedoras del amor al cual rindo culto yo. Prendí un tabaco mentolado y
fijé mi mirada en una muchacha caminando por la Plaza, era alguien a quien
seguramente la soledad tocaba la puerta de su alma, era alguien como cualquiera
en la ciudad o en el mundo. El amor entonces se me reveló de esa forma: algo difícil
de encontrar para quienes sabemos, es una atracción que dura a lo mucho 3 citas
para luego decirse adiós, todo lo demás eran anécdotas sin sentido, sin
importancia, nada superior a los libros dejados por los clásicos de la
Literatura o, por esos autores suicidas de legado pesimista. No podía ser peor
la tarde. Debía repensar bien entonces cómo sublimar mis deseos de tener
intimidad no con una sola muchacha, sino
con todas las muchachas del hotel al cual estaba acostumbrado a ir y cuya
dirección no la sabría hasta estar libre de esta maldición de escribir sobre el
amor para luego ser rescatado por ellas.
Probé de mi Coca Cola helada, la
tarde se abría a un sol agradable. El amor era solo eso: atracción sexual, al
menos para mí, ¿la empatía?, algo a lo cual negaba todo tipo de credibilidad,
sabía de los cambios de planes, de cómo los intereses van variando y, de las
rutinas donde ya no hay más nada para decir entre sesiones de sexo decadente y
silencios desde donde la tensión empieza a vencer y hacer intolerable la
convivencia.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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