UN HOMBRE SOLTERO PARTE XXV
Que los escritores y poetas fuéramos
personas atormentadas y desdichadas, vaya novedad para mí, más aún por ser
coincidente desde mis compromisos asumidos y la falta de límites que jamás la
sociedad pudo imponerme cuando quise salvar al mundo, salvo los internamientos
psiquiátricos desde donde comprendí, más puede el poder que la libertad. Formaba
parte de una sociedad donde todos obedecen a alguien y donde el autor es un ser
extremadamente solitario de voz propia, enfrentado contra todo, sin estrella
protectora, desde una integridad apaciguada desde las noches bohemias donde los
poetas beben para no quitarse la vida y los escritores hacen pausas constantes
al momento de escribir, pensando en las querellas, demandas o juicios a ganarse
por hacer uso de su libertad de expresión. Había condenado a pesar de
conocerlos bien, pero sin haber llegado a lo más recóndito de su psicología. Así,
cada quien resistía a su manera, yo con mis mates o zumos de frutas o aguas de
soda y mis tabacos mentolados y, en los bares, los soñadores del saber
equivocado que a pesar de sentirse totalmente abatidos, aún quedaba dentro de
ellos la revancha, el hambre de ser oídos, de seguir en pie esas luchas
abrazadas a las cuales jamás renunciarían. Si mis privilegios para ser libre a
pesar de todo lo ocurrido a mi persona, me daban la libertad para escribir evadiéndome
con el placer entregado por cientos de muchachas felices de ser retratadas para
la inmortalidad en mis escritos, me hablaba de luchas comunes, de escritos
quemados antes de darse a conocer, de miedos donde la voz era temerosa en
plenas calles o auditorios, donde las penas son de todos y yo era el Escritor
del miembro viril erecto en el que lo masculino se había manifestado de manera
vital e inspiradora. Mientras siguiera escribiendo, alguien más lo seguiría
haciendo, así fuera con una botella de ron o whisky, así fuera en una soledad
mayor a la mía bajo circunstancias muy diferentes, con apenas el dinero
suficiente para el almuerzo, con trabajos miserables impropios para ávidos lectores
de amplio bagaje cultural y con una visión revolucionaria desde donde estaba
siempre atento el pie de guerra como en los primeros años cuando se visualizó
no el querer ser un famoso escritor o poeta, sino alguien con mucha voz para
gritarla en medio de la ciudad por todas las cosas ocurridas donde La Ley no
llega o el desamparo del Estado de Derecho hablaba de causas no oídas, más allá
de ideologías o rabias donde rayan las injusticias o el sueño de ser un
triunfador en contextos donde los escritores llevaban la peor parte, esos
poetas que contemplaban sus brazos antes de darse el corte final por no poder
seguir aguantando la vida de mierda donde llorar era de hombres, incompletos o
no, con o sin mujer amante, sin dinero para invitarles algo para alegrarles el
alma, si el sexo fuera para ellos un alivio desde donde el futuro era una
herida constante marcada en sus vidas como algo inaccesible o no permitido. Entonces
recordé de mis desencuentros con la vida desde las fábricas, desde las minas,
desde los trabajos pocos remunerados donde la vida era robada para los grandes,
los dueños de una economía que escoge a sus escritores y poetas y deja de lado
a miles de intelectuales cuya tristeza radica en solo contemplar cómo la vida
se pasa sin sentir un caso de nadie, errando el paso con sus botellas de licor
barato por las largas avenidas, señalados como las promesas perdidas y el genio
de los maldecidos por sus propias obras, los libros que se fueron contra ellos,
contra sí mismos, cuando al escribirlos,
se soñó otro mundo, la realidad esperada por los idealistas o los hombres de la
calle, los felices por tener un libro a un precio barato y en su alborozo
gritar: ¡yo también leo a autores referentes!
Era como una balada triste, así
sonaba, entre escritos no incomprensibles sino castrados desde el inicio, por
temer decir lo sentido desde las vísceras, entre versos incompresibles a cuyos
poetas no se les permitía escribir lo realmente sentido desde donde las llagas
siguen vivas , cuando La Palabra fluia con lucidez desde estados de ebriedad
para no ser sancionadas, porque solo de esa manera podían ser inimputables ante
un orden donde todos obedecen y los pocos contestatarios sintieron el tiempo en
contra, con la felicidad muy lejana y, con los ojos llenos de iras genuinas
visualizando el irse la vida, sin elección alguna, tomando sobre la marcha
decisiones obligadas donde había que sobrevivir cuando el sueño estuvo latente
y terminó muerto en medio de todas las imposibilidades comunes a todas las
personas que saben que escribir es una acto hecho en silencio y, el discurso,
una bomba capaz de desatar una revolución que terminó en chácharas llenas de
ebriedad y otros sucedáneos entre tantos inocentes sinceros.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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