EL HOMBRE QUE NACIÓ PARA NO SER DE UNA SOLA MUJER






¿Pero cuántas veces estuve a punto de casarme?, la verdad es que ya no puedo decirlo, siempre el amor dura apenas menos que una estación y, ella leía mis cartas, cartas que para mí eran más bien un ejercicio literario que sentimientos que nacieran de mí, pero ella creía que eran unas cartas echas de polvo de oro, porque luego empezamos a hacer planes para irnos a vivir a la zona más tranquila de México, donde no hubieran sicarios, enfrentamientos entre soldados y capos de la droga, una zona protegida donde podríamos ser felices y, es que todo pudo concretarse a no ser por una chilena que conocí y sin darme cuenta corroboraba lo que mi madre siempre me señaló sobre las mujeres de las cuales me enamorada: “siempre te aburres, nunca fuiste constante en el amor”. Y así de repente, desaparecí cuando ella tenía las maletas listas con el pasaporte en mano para venir a Perú y llevarme a la zona más cara de México, no la colonia Polanco donde abundan los judíos, sino otra, donde la gente es unida y era ideal para amarnos hasta la muerte.
Ella tenía unos ojos verdes claros muy intensos y solía quedarse quieta viendo mi rostro para luego acercarse al monitor y besar una imagen en vivo que nunca pude comprender, porque los horarios eran diferentes desde Valencia hasta Arequipa. Esas experiencias donde la obligaba a llorar satisfaciendo mis exigencias eran solo el preludio de lo que ella me pedía: dormir bien juntos, pegados el uno al lado de la otra en una cama de 90 cm de ancho, libres para el amor, con planes de vida donde todo parecía definitivo. Pero de pronto ella un día no me contestó y desaparecí de su vida por un par de días hasta que al volver a verla, me encontré con una mujer herida, que lloraba de rabia y que no supo qué hacer en esos eternos dos días donde se quedó sin el amor o la esperanza de ser amada como se lo hice entender. Fue un mes que pareció una estancia feliz donde terminé de escribir Los derroteros de la soledad, novela que se la dediqué y que ella como toda mujer enamorada creyó, sería una novela que me haría triunfar a nivel mundial.
No sé por qué las mujeres cuando se enamoran piensan que si uno es Escritor, lo que escribe es inigualable y digno de estar dentro de los grandes que venden centenas de miles de ejemplares y el status y glamour otorgaría una vida tranquila, con fama y mucho tiempo para viajar y recorrer el mundo.
La mexicana apareció luego de 8 años y supe que me recordaba como solo recuerdan las mujeres que han amado con intensidad: con un odio intenso. Solía cantarle un tema de una banda nacional llamada Duwetto, Por ti, y entonces ella era la mujer más feliz del mundo y nada era más importante que sentir mi presencia, dedicarme todo su tiempo para mí y que al llegar a casa, supiera que había una ilusión, una esperanza para con la vida y los placeres. Pero el amor nunca dura mucho o, al menos eso pensó con los boletos de viaje en la mano.
La mujer de ojos verdes decidió sacarme de su vida para siempre y así fue, ya acostumbrado a los odios y otras venganzas, medité un tiempo después que nunca quisieron hacerme daño, que les entregué lo que ellas buscaban, que la experiencia no debía repetirse, que el amor se complica cuando se discute, cuando se es infiel o cuando la magia de los primeros tratos va desapareciendo y, ellas no querían conocer conmigo ese lado malvado del amor.
Ya años después, en esta ciudad y en otras, el amor se me mostró con las mismas posibilidades, pero qué puedes hacer con un Escritor que desconfía de todo el mundo y nunca perdona un detalle omitido o la provocación de los celos. He tenido que retornar en todos esos años entre recuerdos de modelos francesas, muchachas rusas o ucranianas, actrices porno norteamericanas o polacas empresarias, para decirme que no me equivoqué en mis renuencias al matrimonio. La belleza es algo a lo cual terminamos por acostumbrarnos hasta pensar que ésta ya no basta, que es necesario algo más para el amor, más allá de la dulzura o el respeto. Me había quedado con mis escritos diarios, con mis vivencias y con la libertad de hacer el amor con muchachas igual de bellas pero veinteañeras, entre todo el universo de muchachas que enamoré en la universidad cuando era conocido como, Maurisex, un muchacho que desconocía del pudor y la vergüenza y donde veía una muchacha atractiva sabía con seguridad que sería correspondido.
De todo esto me llené para poder escribir: “solo el corazón que ha sido amado, sabe amar”, pero era yo lo que soy hasta ahora, el hombre que no nació para el matrimonio, si esto significa que uno pertenece a todas, a sabiendas que siempre tendré la Literatura para sentirme vivo, si acaso ellas alcanzaron la inmortalidad como en este mismo momento, cuando me leen desde diferentes partes del mundo y, así, han sido honradas.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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