HISTORIAS DE EBRIOS Y MUSAS
Pero es que siempre vienes donde
mí para escribir de algo, si al menos escribieras cosas buenas, ¿no puedes irte
de putas si es que lo que quieres es escribir sobre sexo?, ¿qué es lo que
quieres demostrar a los demás?, ¿no sabes que me destruyes con cada escrito
tuyo?, ¿a quién le debe importar qué te digo cuando amo o cuando discutimos?,
¡me confundes con una puta! El tipo estaba ebrio y drogado y ella tenía razón,
la necesitaba para escribir algo, porque ya no sabía sobre qué más escribir,
había llegado a su cima y dentro de su mundo autodestructivo, la arrastraba a
ella hacia infiernos de los cuales él en su vesania no quería salir.
Qué límites le ponemos a lo que
escribimos, ¿cuesta mucho entender que ella también tiene sentimientos y que
tiene derecho a su intimidad? El tipo regresó derrotado de la casa de ella y se
fue en busca de sus amigos para seguir bebiendo y drogándose, para hablar de política,
la guerra del pacífico o sobre ella, una vez más ella. Los tontos de sus amigos
le metían ideas en su cabeza y él enloquecía más y decía a viva voz en paso zigzagueante,
¡ya vuelvo!, ¡le diré sus verdades, ella debe saber quién es el que manda, yo
soy un hombre, ya me va a oír!
Se paró en seco apoyándose en un
muro y empezó a orinar sin poder recordar
qué hacía allí, qué era lo que tenía que hacer. Un amigo suyo lo alcanzó y le
dijo, estás muy ebrio, déjalo para otra vez. Su brazo lo sacudió e intentó
darle un golpe pero el tipo cayó en el piso. Era el escritor que quería ir donde
la muchacha que lo amaba y no podía hacerle entender que los hombres que aman
no prefieren a sus amigos sino a ella.
El tipo estaba con la bragueta
abierta tirado en el piso mientras de sus labios salía una baba espesa y
maloliente. Sus amigos se acercaron y sin decir nada se fueron a seguir
bebiendo. En realidad le faltaba mucho para entender qué es el amor, porque al
despertar, los pies de las demás personas lo hacían a un lado, ¡borracho,
hágase a un lado!, ¡cada vez el mundo está peor, esta gente está enferma! Y abrió
sus ojos y el sol le dio en el rostro, no recordaba nada de lo de sus amigos ni
de los reclamos ante ella, la mujer que lo amaba. Se paró, cerró la bragueta de
su pantalón y se dio cuenta que no tenía ni celular ni billetera. Su cabeza era
algo muy difícil para él, el mareo no se le iba y le dolía todo el cuerpo. Intentó
parar un taxi pero nadie le hizo caso. Había un camino que conocía bien, era el
de ella.
Y hacia ella fue.
Al tocar la puerta ante las
miradas escandalizadas de las vecinas y los comentarios en voz baja de ellas
hacia él, se dio cuenta que lo había perdido todo, desde la dignidad o el amor
propio y, se estaba quedando sin historias y, él era un escritor que no pasaba
de su tercer libro, dicho sea de paso, sin aporte, lleno de experiencias
callejeras que a nadie importaba.
¡Soy yo!, empezó a gritar
nombrándola una y otra vez, pero nadie salía. Alguien llamó a Serenazgo y el
miedo le hizo sentir el orín deslizándose de entre sus piernas debajo del
pantalón. Lo empujaron contra la pared y al ver que no tenía documentos
decidieron llevarlo a la Comisaría. ¿Alguien lo conoce?, preguntó el policía. Las
vecinas se hicieron las desentendidas mientras pasaba el carro basurero y
entraron a su casa sin decir nada.
Ella salió de su casa y lo vio
con lástima, con esa tristeza de lo que ha acabado y no merece la pena. Yo lo
conozco, dijo por fin. Él al verla empezó a llorar y pedirle perdón, pero no
sabía de qué, no recordaba nada. ¿Es algo de usted?, preguntó el sereno. Déjelo
conmigo, me hago responsable por él.
Lo metió a la ducha, lo bañó y le
alcanzó algo de ropa de su hermano y lo dejó dormir hasta que se le pasara la
resaca. Al despertar vio a todos los familiares de ella contemplándole con
enojo. He sacado medidas de protección y una orden para que no te acerques 50
metros a la redonda. Debes irte, ya estás presentable para la ciudad. Sus puños apretados lo decían todo mientras se echaba a los hombros de su madre. El padre de ella
alzó la voz y gritó: ¡lárgate mierda!, has tenido suerte esta vez.
El escritor salió tambaleándose por
sentirse un nadie más que un ebrio. Vio la ciudad y a las personas ir y venir. Era
un largo camino que le esperaba de retorno a su casa, un camino que no
concluyó. Tocó la puerta de un amigo suyo.
Volvió a beber.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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