CAPITULO IV NOVELA: EL ÚLTIMO RITUAL






Por qué no tendría que recordarla. Le inquietó a primera lectura mis apreciaciones sobre la menstruación, era una valenciana muy hermosa, de unos ojos verdes muy claros y, siempre dispuesta a oírme, a querer saber de mí, si acaso eso ocurre pocas veces, como cuando alguien presta total atención a todo lo que te gusta, tus intereses, tus pensamientos y, encima, te dice que está enamorada de ti.
Cuántos son los sueños que el amor propone y no se concretan nunca. Porque lo nuestro era poesía pura, poesía contra la distancia y el dinero. El dinero, éste siempre ha sido el mayor obstáculo ante los verdaderos amores, los más sinceros, los que solo se fijan en el espíritu de las personas, jamás en las comodidades propias que atraen intereses falsos, nunca sentimientos verdaderos. ¿Eso fue hace cuántos años? Creo que hace casi 10 y, sin embargo, al escuchar ciertas canciones, no puedo dejar de recordarla, de evocar esas largas conversaciones de horas intensas donde al mirar a todo mi alrededor, me supe amado, sin ninguna duda, con planes al futuro, con una vida pobre, sencilla, con una mujer que solo quería estar a mi lado, en una cama de 90 cm de ancho, para despertar todas las madrugadas abrazados y sentir nuestros alientos, para volver a hacer el amor, para que yo la escuchara con los problemas de su trabajo, de su relación pasada o toda esa historia para la cual el mundo entero no tiene tiempo y, hace que las personas paguen a terapeutas para sentirse vivos.
Y todo a raíz de un escrito sobre la menstruación, para que finalmente me inspirase en escribir mi novela Los Derroteros de la Soledad, a quien se la dedicara, ambos expectantes de querer saber si es yo triunfaría en ese año del 2010 como Escritor, si acaso los sellos editoriales más importantes del mundo fijaran su atención en mi obra si es que soñáramos vivir de la literatura y con ello ser felices.
Me dijeron muchas veces que el amor no es la respuesta para nuestras vidas, pero ella lo fue para ese momento de mi vida. Mi determinación para conseguir los auspicios y presentarme frente a un auditorio repleto donde declararía que estaba diagnosticado con esquizofrenia paranoide crónica parecía no ser algo tan sencillo, pero tenía algo a mi favor, una mujer que me amaba y que estaba de mi lado, alguien que creía en lo que yo hacía, alguien que estaba dispuesta a ir de la mano por el mundo conmigo y defender mis ideas sin que necesariamente ella fuera dueña de ellas.
Pero a pesar que la novela fue un éxito y se agotaran los 200 ejemplares editados esa noche entre los presentes que llenaron el auditorio, las respuestas de los sellos editoriales nunca llegaron. Aún no entendía que los Poetas deben estar atrapados en destinos trágicos para ser verdaderos poetas, que solo los mejores escritos nacen dentro de las peores miserias del humano y que alguien debe alzarse para denunciarlas y, ella lo sabía bien, sabía que lo nuestro no iba a durar mucho tiempo, que era solo alguien que estaba de paso por mi vida, alguien que apareció cuando debía aparecer para decirme: ¡Mauricio, yo creo en ti y en todo lo que haces! Si acaso todo lo demás entregado fuera amor, la muerte de una soledad intensa que arrastré desde los 17 años y que a mis 38 años hubiese alcanzado su final.
Porque no supe comprender por qué se fue, por qué se marchó de mi vida, o mejor dicho, el que ella fuera la musa que tuvo que aparecer para recordarme por qué escribo, para quiénes escribo y, cómo son ellas cuando parece que toda esperanza está perdida.
Un amor así como el que ella me dio nunca más lo volví a tener, el amor de la mujer que ama al Escritor, al hombre que escribe diariamente y no es publicado. Ella fue la mujer que en su momento me hizo recordar quién soy yo y era, en ese momento, cuando escribiera sobre la soledad, la locura y,  sus derroteros.


Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco

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