DESPUÉS DEL AMOR
Ella ya sabía lo que iba a pasar.
La primera vez no, porque sintió que era para siempre. No se le pasó por su
mente el hecho que después de acabada su primera relación, su acercamiento al
amor o lo que es éste mismo, al acabarse, no solo el mundo se le derrumbara,
además tenía que hacerle frente a sus hormonas, al haber estado acostumbrada a
tener sexo con amor, violento, apasionado, donde se conoce la entrega, donde es
imposible decir no a nada y, donde los primeros orgasmos son tan sensacionales
que terminó por convencerse que lo mejor que le pudo pasar por ser mujer era
tener sexo y, claro, lo tenía muy seguido con su primer amor, mas ello no le
daba pie a pensar que ello un día acabaría. Y acabó.
Pero lo vida no se acaba cuando
el primer amor se va, entre intentos de suicidio, una muy baja autoestima por
el final de una relación donde sintió que estaría con un hombre para siempre. No,
la vida no se acaba entre lágrimas desconsoladas por las noches, entre sus
amistades que le daban alientos para seguir viva, para no derrumbarse, para
volver a creer en la posibilidad de volver a amar, pero para ello, debía
sanarse de su primera experiencia. Y así fue, o empezó a ser, pero no de la
manera en que lo pensó.
Descubierto con el amor, el sexo,
comprendió que no podía vivir sin el placer.
Fue entonces que empezó a hacer
el amor indiscriminadamente con cuanto muchacho conociera y, ya no era buscando
amor, estaba en la senda de los orgasmos continuos de las muchachas que no
repiten de amante, que no tienen tiempo en meditar si se debe o no empezar una
nueva relación. ¿Para qué? Ya sabía lo que era el amor. Prefería más bien saber
de uno y otro, de todas las diferencias que hay entre varón y varón, entre los
novatos, a los que ella desvirgaba o, los expertos, los que la hacían delirar
en su aprendizaje en los lechos, los prados, dentro de los autos, sobre motos a
toda velocidad en autopistas a medianoche. Lo suyo era el goce, entregándose
con cada uno como si fuera el primer hombre en su vida, experimentado las
eternidades del placer. Y es que le había perdido no el miedo sino, el respeto
al amor.
Ahora podía entregarse en la cama
con cualquier hombre que ella pudiera elegir y sabía que no sufriría de amor,
que al contrario, sería muy feliz, porque el descubrimiento del sexo le dejó
una gran enseñanza: era mejor no repetir de muchacho en cada ocasión, mucho
menos considerar la posibilidad de empezar una nueva relación, eso estaba
descartado de antemano, por qué tendría que hacerlo si ya era libre, si con
solo mover un dedo, el hombre que deseara, la haría alcanzar clímax que debían
ser conocidos con la mayor cantidad de varones posibles.
¿Estaba yendo a la deriva? No,
ella sabía que no, ella sabía que estaba disfrutando al máximo de la vida y que
no guardaba culpa en ello.
Extraños eran los recuerdos del
amor, algo que le empezó a parecer tonto, propio para los inocentes, los
carentes de mundo o vida.
Porque ella sabía lo que iba a
pasar, sí, lo que iba a pasar después. Habían pasado 2 décadas de su primer
amor y casi una de su mundana forma de vivir hasta que dijera basta, ya no
deseo más sexo con ningún otro hombre.
Dedicada a sus labores
profesionales, empezó a añorar esos años bisoños cuando el amor era algo
parecido a lo más tierno. ¿Los años?, ¿la edad?, ¿el deseo de volver a sentir
eso que ella dio por desestimado en su veintena de años?
Quizás era esa soledad donde no
hay arrepentimientos, esa soledad de los felices, de los que nada ignoran de
los goces de la carne. Pero esta vez era diferente. Había un sabor a riesgo o
peligro ante el cual se exponía, como una señal en el camino al que había que
temer, porque se estaba enamorando otra vez como una quinceañera, con la
salvedad que sabía cómo es el amor, qué problemas trae, qué enredos alteran la
paz y la tranquilidad, qué demonios dormidos en su piel podrían llevarla al
desquicio.
Porque sabía que después de ese
amor, de esa segunda oportunidad que le estaba dando la vida, lo que le
esperaría serían hombres solitarios, con pocas oportunidades para el sexo. Dicho
con claridad, ya no tenía la frescura de tener unos 17 años. Era una mujer de
40 años, una mujer que sabía que amar para ella era estar expuesta a perderlo
todo, porque acabado el amor, como ella temía, si es que cada vez que se ama
así, se desea que sea hasta que uno muera, los apetitos de la carne estarían
más encendidos que antes, con más fuerza, vehemencia e intensidad.
Era todo a cambio de la
perdición. El amor que debía ser definitivo o, la adicción al sexo que
despierto una vez más, le diría que ya no podría decirle no a ningún hombre,
sin que pueda elegirlos como en su juventud lo hiciera.
Ella tenía que meditarlo mucho,
eso pensaba, mas las cartas del destino fueron tiradas sin su permiso: su sexo
era un fuego exacerbado que pedía amor, un útero que latía de necesidad, de ser
penetrado por hombres lujuriosos y golosos. Ya nada se podía hacer. Ella,
estaba enamorada y, sabía qué pasaría después.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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