EL JOVEN ESCRITOR
Esa necesidad de escribir, de
sentarme frente al ordenador y retratar al tiempo, privilegio que pocas
personas en el mundo pueden tener. Sé que de esto no viviré nunca y sé que las
personas que lo hacen tampoco. A lo mucho los libros se van acumulando en cajas
de cartón que son vendidos a las personas que me conocen de Escritor desde
cuando vine a la ciudad de Arequipa, sin saber que el tío abuelo de mi abuelo,
Aurelio Polanco Ibáñez, fuera el fundador de La Bolsa, manual a manera de
diario que informaba a la ciudad de Arequipa de todo lo que ocurría. Quizá de
allí la vocación de mi abuelo Aurelio de porfiar en ser Escritor, redactando
para el Diario La Prensa cuando vivía en la casa de Mercaderes, justo cuando mi
madre y tíos no pasaban de los 6 años y hacían suyas las calles principales de
la ciudad o, cuando por orden del Dictador Odría, hubiese orden de captura por
su diatriba contra él en la Revolución del 50 y mi abuelo se atrincherara en
Tingo donde radicaban los demás Polanco, para agitar a los cuarteles de Tingo
mientras Francisco Mostajo daba un discurso que nadie entendía en plena Plaza
de Armas de la ciudad. Mostajo pasó a la historia como Bacacorzo pero, la
memoria de mi abuelo no. La fortuna de estos ganaderos Polanco y esos Ibáñez, dueños de curtiembres
en esta ciudad, se basó en laboriosas jornadas donde la tercera parte de lo que
era Arequipa en ese entonces, servía como Pampas para pastado de ganado, como
de igual forma lo fuera en las Lomas de Mollendo, balneario donde nací y donde
me hice Escritor.
Creo que se nace con la actitud
para escribir, con la visión y el talento y la herencia tanto en las formas, maneras
y costumbres.
De todo lo que he escrito,
partiendo desde la Ética, no es casual, es algo que viene desde muchas generaciones
anteriores, donde entre intelectuales y mercaderes árabes con quienes se
compartió mercado en ciudades como Cusco, Puno, Tacna, Arequipa y finalmente,
Mollendo, formó mi literatura, ajena a vicios e inclinada al hombre virtuoso,
desde una manera de pensar que es poco entendida por las personas de esta
generación.
De la masonería en mi familia se
habla poco, del trato con Cónsules Ingleses también masones, y marinos que llegaban desde Italia
con grados de oficiales, apenas mi madre me comenta en los momentos cuando
tenemos tiempo para conversar, si acaso, soy una persona muy solitaria que solo
sale de casa para hacer el amor con trabajadoras sexuales y que extraña mucho
el mar.
Pero de los predestinados para
escribir, de los que no necesitamos vivir de la literatura, de los que nos
abocamos a este oficio, pocos podemos testimoniar quiénes somos, de dónde
venimos y a qué nos dedicamos, sobre todo cuando le preguntan a mi padre, ¿y
ese apellido Polanco, de dónde viene?, sonriendo siempre él y como quien
despista al que pregunta, ¡ah!, de Colombia, cuando en realidad la familia sabe
que eso no es cierto y no tenemos ninguna intención de revelarlo.
Así, desde la comodidad de mi
propio apartamento que fue construido por mis padres para mi vida de soltero de
Escritor, para que tuviera una soledad preciosa para escribir y pueda traer a
mis mujeres para hacerles el amor, es como me siento por las noches, para
detallar parte de una historia que empieza de nuevo conmigo, entre anécdotas de
La Casa del Conde de Lemos que fuera alquilada por mi abuelo Aurelio, casona de
3 amplios patios, cuando se fuera con toda la comunidad árabe a abrir mercados
en otras ciudades, entre sus horas dedicadas a la literatura y a la manufactura
de zapatos desde donde sus operarios a indicación e instrucción de mi abuelo, se
dedicaron a calzar a las mejores familias del sur de Perú, por aquellos
entonces, antes que llegaran a vivir a Mercaderes, ahora boulevard muy
transitado por turistas donde en sus inicios solo acogían a los nobles de la
ciudad.
Y así, de mis valores, no hay
nada que haya sido aprendido de todos los libros que leí en la Biblioteca
Municipal Ateneo, fundada por el Coronel Trinidad Pacheco, cuando por esos
años, mi padre, el profesor, sociólogo y músico, Julio Felipe Pacheco Flores,
me llevara a mis 17 años, para presentarme a los directores de dicha
Biblioteca, para que tuviera yo la libertad de leer todos los libros que
deseara sin que nadie me molestara, como lo fue, desde apenas fuera abierta, a
las 9 de la mañana, hasta las 9 de la noche, donde devoraba esos libros, entre
el descanso de la hora del almuerzo y el retorno, para sentarme frente a mi Remington e intentara escribir mis propios
libros, como termino por ser, a mis casi 48 años, cuando tengo bien en claro,
por qué escribo y, de dónde parte esta necesidad.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
Todos los Derechos Reservados
para
Julio Mauricio Pacheco Polanco
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