APOSTASÍA CONTRA UNO MISMO
Qué poco hemos hecho, ¿no, Poeta?,
mira que cuando nos conocimos hablabas sobre otras cosas, era maravilloso
escucharte, decías cosas que hacía tiempo ya nadie las hacía, eso de un mundo
mejor, ¿eh?, me dejaste sorprendido, pensé que eso solo pasaba en las novelas
que leí en mi adolescencia cuando no había luz en la cabaña donde vivía y me
dediqué a leer para no enloquecer. Pero es que era rato tu discurso, tan raro
como tu sexualidad, llegué a pensar que eras un varón asexuado, alguien que no
le prestaba mucha importancia el sexo, pero es que esto del sexo es cosa de
todos de todos los días. Tu carente vida sexual y tu discurso era diferente,
hice apuestas inclusive sobre el hecho que morirías sin saber qué es la mujer,
cómo es su naturaleza, apuesta que ahora veo fue tonta, ya que los últimos años
de ahora, te has empeñado en relatar gráficamente cómo les haces el amor a las
mujeres de la vida, ¿hay una diferencia abismal entre lo que eras y eres ahora,
no escritor?, creo muchas cosas y entre ellas, el hecho que seas ahora uno como
nosotros, ebrios de sensualidad y soledad, esa soledad que te convertía en un
ser enigmático y fuerte, alguien que podía soportar la vida sin tener que
necesitar de mujer alguna para calmar los apetitos de la carne y las vesanias
propias del día, esos miedos donde terminamos desquitándonos con las adictas al
placer, las que como nosotros, no podemos enfrentar el día a día sin antes
haber tenido unas buenas sesiones de sexo para sentir el cuerpo tranquilo y, la
mente bien ubicada, dentro de una ciudad donde muchos van como dementes,
dispuestos a hacer el amor con nuevas mujeres, como si solo de eso se tratara
la vida. Dime, pues, Mauricio, ¿esto era lo que esperaste de la vida?
Me acomodé sobre la cama mientras
sentía el vivo olor a sexo en mi cuerpo, prendí un cigarro mentolado mientras
trataba de visualizar el rostro de un hombre puro, de un hombre que creía en
los sentimientos o en eso que aún no conocía: el amor. ¿Puede el amor cambiar
tanto a las personas?, no sé, espera, no es lo que podrían pensar todos, sé que
mi postura es diferente, era un poeta rebelde, contestatario, qué, ¿se me dio
una gran lección? Mi amigo me miró mientras probaba del vaso de ron que rechacé
de inmediato. Tenías que escarmentar y el escarmiento debía ser público, es que
te hicieron sentir tan especial, por un momento se llegó a pensar que ser poeta
era ser popular y, tú, te encargaste de ello, eras famoso y tus hazañas lo eran
más, pero allí quedó todo, al momento de preguntarse la gente si con tus poemas
podrías tener un hogar, una familia, entonces se cambiaba de tema, porque era bien
sabido que la literatura es un oficio que es solo dejado para las personas
destinadas a ser solitarias y poder sobre llevar el rigor de los acomodados que
solo pueden tener sexo con mujeres pelirrojas. Calé de mi tabaco. Es que
tampoco pensé que llegaría a haberle hecho el amor a tantas mujeres. Qué poeta,
¿darías marcha atrás para decirme que todas las mujeres que han sido tuyas
compensarían lo que alguna vez sentiste con el amor? Le miré a los ojos, los
seguía teniendo claros, como el mismo miedo, como cuando las pupilas dilatadas
nos revelan que no hay más misterios, que se está frente a alguien que ha
luchado toda su vida para no ser transparente, a pesar de notársele en la
claridad de sus ojos. Ya, sé qué me vas a decir, que conmigo se acabó la
poesía, que la mejor novela que escribí nadie la quiso publicar como mis demás
libros, que mi castigo es mayor porque he escrito demasiado sobre la
menstruación y con autoridad. Vamos, Mauricio, te has ganado dos nombres con
apellidos completos para la posteridad, pero, ¿no era de esta manera, no?, es
decir, que tus escritos agitadores y contestatarios que abrazaban la libertad,
no pensaste, concluirían en una enciclopedia sobre el sexo. Quizá la tradición
no sea justa con todos. Me acomodé sobre la cama para ver la lámpara china que
en otra noche, cuando mi conocimiento de las mujeres era nulo, escuchando heavy
metal y, pensando en que el discurso alguna vez dado, ¿tenía sentido?, no sé
eso ahora. Espera, sé qué estás pensando, te conozco muy bien, no solo desde
cuando estuvimos en el psiquiátrico por diferentes razones, sino también desde
cuando te sentabas en esa silla para sobre mi mesa, intentar escribir tu mundo
soñado, mientras te contemplábamos como alguien sagrado, alguien que aún no se
había ensuciado con esta mierda llamada mundo, dime, Mauricio, ¿te arrepientes
de algo? Ese fue un golpe muy duro, ya sabía demasiadas cosas sobre la vida, o
mejor dicho, cargaba con experiencias que quería borrar de un tirón de ésta,
pero era tarde, me había terminado por tragar mis palabras, las dichas y las
escritas. Como que los escritores de ahora se pueden dar esa licencia, ¿no, Mauricio?,
porque tú nunca aceptarás ante tus lectores de tus errores, errores que echaron
por el piso tu magnífico discurso sobre otro mundo posible, solo les diste la
razón a los más viejos, ¡alégrate de que las cosas no sean peor de lo que ya
son!, luchaste mucho y sin embargo sientes que fue inútil y te doy la razón en
ello, pero, ¿no crees que así debió ser?, ¿por qué tenías que ser el impoluto
en vida?, ¿por qué tenías que ser mejor inclusive que Jesús Cristo?, mejor bebe
un poco de este ron que no es tan amargo. Me levanté de la cama, cogí el vaso
con ron, le di una olfateada y sentí asco, asco a todo lo presente, a los
ideales perdidos, a los que dejaron de creer en mí. No, déjalo, debo ir a mi
apartamento, ya ni la música es agradable aquí ni en ningún lugar. ¿Entonces
Poeta nos darás la razón?, ¿nos recordarás con tu presencia que hasta tú eres
un ser humano? Calé el final del cigarrillo y me despedí como quien dice: no
era necesario tanto, pero tampoco lo pedí yo, nadie pide imposibles para su
destino, nadie quiere cargar con arrepentimientos, pero no es por mi culpa, mi
cuerpo podrá ser como una cárcel para
mí, pero mi espíritu está por sobre todo esto. ¿Sobre aquella noche cuando le
gritaste a la Luna que nunca te iba a vencer? Dejé el vaso de ron sobre la
mesa, una lágrima rodó por mi mejilla, salí a la calle, mis ojos observaban
al mundo como siempre lo fue: nada había cambiado.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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