EL ESCRITOR QUE SOLO ESCRIBÍA SOBRE PUTAS
Así que querías convertir tu casa
en un puterío. Mauricio, tú tienes una amiga que tiene su local donde unos
cieguitos dan masajes, ¿nadie pensaría que esas señoras de bien, pasan sus
mejores tardes con esos pobres hombres que nunca podrían identificarlas, no? Vaya,
lo más cavernícola que tenemos da de comer a mucha gente. Digamos que es
una maldición que Dios nos hechó solo para
divertirse, pero bueno, tú andas de putas siempre y hay algunas que te
prefieren. Ya no me celebran tanto como antes, ¿eh? Qué, se cansaron de verte
la cara en tus largas sesiones de sexo,
o ya te diste por enterado que el orgasmo para ellas no es de un solo hombre,
mejor digámoslo de esta forma: no eres el único, Mauricio, el escritor, ¿eh?,
pero tampoco tienes por qué tomarlo a pecho, ¿no?, tienes el don de atraer a
las que no tiene chulo y lo hacen por su cuenta. Bueno, cansa hacer el amor con
las mismas mujeres de siempre. Pero lo haces, ¿eso es bueno, no?, mira que hay
tipos que solo beben y no le hallan gracia ya a nada, están en este mundo sin
nada qué esperar, como si nada tuviera sentido. Pero, ¿en un puterío?, je,
trato de visualizar el rostro de tu abuelo y todos sus discursos políticos. A la
mierda con eso escritor, quédate conforme con las pastillas que tomas para
dormir y la tranquilidad de los apartados, ¿te cuesta tanto estar encerrado en
tu habitación?, pero si te hiciste conocido desde que llegaste a la ciudad y
todo por un apellido, vaya sino de escritor, no podía ser de otra manera,
¿nadie nos consulta qué queremos ser, no mi estimado?, mira que eres el único
caso que conozco sobre escritores que se ven obligados a escribir, ¿es ese
tedio que no te lo quita ya nada?, ¿o es saber que nada puedes lograr con lo
que escribes?
Sentado desnudo frente a mi
ordenador me preguntaba sobre aquella conversación, sobre el porqué necesito
tener sexo para recién poder dormir desnudo sobre mi cama. ¡Bobadas! Sabía que
solo debía controlarme en ciertas calles a no preguntarles a las muchachas que
me sonríen el cuánto cobran. Todo se resumía en lo más cavernícola. Como la
mujer que desde la video conferencia en el celular se desnudaba y creía que por
el solo hecho de verla desnuda, me iría a vivir con ella a Colombia, ¿era una
retrasada mental?, o me confunden fácilmente con un tonto al cual por el solo
hecho de mostrarle una vagina rasurada y bien clara me haría perder la cabeza. Es
que me he tirado tantas muchachas que al verla así lo primero que hice fue
reírme. ¿Tú eres tonta o qué? Pensé en ese momento en los pobres diablos, esos
solitarios carentes de afecto o amor, con ganas de ser abrazados por la noche,
para sentir el calor de una mujer que les diga cosas bobas como te quiero, te
amo. No, las mujeres para mí no son eso, son solo cuerpos a disfrutar para
luego decirles adiós sin remordimiento alguno, porque sé que hay más, que nunca
dejarán de llegar a esta ciudad, porque sé que no se acaban.
En el silencio de la noche, hay
alguien seguro bebiendo, pensando en qué razón darle a su vida, en lo jodido
que está, casado o no, con hijos o sin hijos, mientras escribo desnudo, sentado
frente a mi ordenador teniendo como única preocupación importante el decidir a
quién llamar para el viernes de fin de semana.
Prendí un cigarro mentolado antes
de tomar mis pastillas para dormir, evocando aquellas noches de internamiento
con los locos, recordando sus palabras, su poca experiencia sobre la vida, su
sabiduría para estar dementes, la carencia de mujeres ante su poca buena presencia
o la poca suerte de haber terminado en un manicomio donde toda esperanza queda
muerta. Así que un puterío, volver su casona en un burdel para contemplar a
muchachas excitadas en bragas, caminando de un lugar a otro, desesperadas por tener
un miembro viril bien duro y grueso entre sus piernas, mientras él se tomaba la
cerveza de la mañana, tocaba su guitarra y se repetía, ¡qué vida de las mil
putas!, si acaso lo decía con exactitud.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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