EL MOVIMIENTO OBRERO GAY DE LOS NOVENTAS EN AREQUIPA






Nunca supe qué defendieron los comunistas en los noventas en relación a los obreros u operarios de las fábricas. Paul Freire habló mucho sobre la humanización del movimiento obrero o del oprimido, lo había leído antes de conocer las fábricas. Mejor dicho, en los noventas era todo un misterio el mundo laboral de los obreros, creíamos que en las fábricas solo había tipos rudos y  bien viriles. Lo cierto es que yo conocí lo que ellos ocultaban. Los camioneros eran tipos solitarios que se jactaban de volver gays a jóvenes muchachos indefensos e inocentes. Una noche al regresar del Puerto Bravo de Mollendo a la ciudad de Arequipa, oí decir de un chofer sobre un retardado mental que se ganaba la vida vendiendo dulces dentro del bus: “hago que me la chupe para que pueda subir al bus a vender sus caramelos”. En realidad ese chofer era un hijo de puta, tanto como la gente que enterada, no hacía nada. Eso era el mundo en los noventas en Perú y, lo es en cualquier parte del mundo hasta ahora. Esos tipos rudos, fornidos y sin suerte con las mujeres, sodomizaban a los pobres diablos como si fuera una hazaña, cagando gente y relatando ello como un gran logro. El anciano estaba literalmente caminando a gachas y podía escuchar las maldiciones que vociferaba , me preguntaba si creía en Dios, que si cargaba ese pesado bulto para sus setenta años, por comida, porque alguien le obligaba a hacerlo, o quizás era todo lo que tenía en la vida mientras se desplazaba por la ciudad hasta encontrar un lugar donde descansar para pasar la noche. El mundo lo derrotó, supongo que sí y, también sé que no haría nada por él. Mi conocimiento del ser humano es muy amplio, sé que ese anciano por unas monedas me clavaría un puñal por la espalda sin ningún remordimiento. Nada podía hacer por él. Como tampoco pude hacer nada por el anciano que era sodomizado con la ropa puesta en una fábrica donde laboré a mis 21 años. Eso de joderse de cabros no era una realidad universitaria solamente, la hallaba en todas partes, desde en las calles, donde los gays abundaron acosando sin que nadie pudiera ponerles un alto hasta en esos centros laborales, donde el anciano se quejaba sin que nadie interviniera: “si esto hacen con quien podría ser su padre, qué no harán con los niños y hasta su propia madre”, le oí decir. Me estaba volviendo gay, Mauricio, jugaba tanto a la mariconada con mis amistades que sin darnos cuenta, nos estaba gustando el corrernos mano y besarnos como si fuéramos de verdad gays. El paciente en el psiquiátrico repetía hasta el cansancio que lo acosaban los gays mientras que el psiquiatra Vilca le trataba de convencer que padecía de esquizofrenia paranoide crónica y que todo era producto de su imaginación, que sufría de delusión o sentimientos de daño hacia su persona. Pero es que si les rompieron el culo desde niños, ¿no crecieron con la idea que eso era normal y debían volver gays a los demás? Porque aquella tarde, cuando en otra fábrica donde pensé, me había adaptado por fin, luego de haberlo visto casi todo, luego de haber verificado la venganza de un muchacho de 20 años que punteaba a quien le hizo eso siempre durante semanas hasta el día en que el agresor entró a trabajar a la fábrica con un ojo morado, reducido y lleno de miedo, para que el muchacho agredido, de 20 años, procediera a hacer lo que él le hacía todo el día en el trabajo: puntearlo, como venganza a la humillación a la que fuera sometido. Me podrás decir que la paz debe primar en todas partes y que las artes marciales son un peligro para la sociedad, pero si caminas por la calle y de nada te mentan la madre o te silban como maricón, ¿me vas a decir que no tienes derecho a defenderte? Porque el tipo se me acercó y me dijo “tú me perteneces” y, eso significaba que me iba a puntear siempre. Dejé el trabajo como lo hacían siempre todos los operarios y obreros en las fábricas de la ciudad. Lo mismo habían hecho con otro anciano a quien encontré en un local donde se presentaban personas para vender libros: “no debiste dejar el trabajo, la humillación que te hicieron cuando se metieron todos a tu garita o cuando te enteraste que los operarios eran gays, la misma humillación me la hicieron a mí y, tengo 4 hijos que son unos cobardes que tienen miedo a trabajar bajo esas condiciones y soy yo el que tiene que conseguir dinero para dar de comer a los nietos”. Qué era ese estar todos contra todos: ¿a eso le llamaban la lucha obrera en los noventas cuando se hablaba de igualdad de derechos, proletariado, oprimidos y comunismo? Podría decir que sí, pero años después hallaría la misma realidad en la clase alta. Aquí se trató siempre de cuidar el culo, que en una te descuidan, sin piedad alguna.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
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