Y DE PRONTO DEJARON DE ESTAR TRISTES







Aquel amanecer era tedioso, los muchachos y muchachas habían agotado todos sus temas de conversación y el licor por vez primera les dio asco. Los temas de la vida y la muerte, del primer amor, la corrupción, los días de labores en las fábricas o la soledad, les eran tópicos trillados y dejados de lado. La experiencia universitaria era algo que se evitaba comentar. Y empezaba a ser claro el cielo y nadie quería irse del lugar, en plenas calles céntricas de la ciudad donde alguna vez fueron felices, alguna vez los más pícaros hicieron el amor con sus parejas o, donde alguien tuvo que defenderse a golpes porque se la tenían jurada solo por ser un escritor que estaba convirtiéndose en un destino, un hombre de 30 años cuyo nombre sonaba fuerte y todos querían perennizarlo como joven para siempre, el temor era ese, el que el escritor no hallase a la mujer indicada para el amor, que el tipo era muy bueno para esta parte del país, que debía morir antes de formar parte de esos escritores del montón que ahora estaban viviendo como ermitaños en sus apartamentos.
Era un amanecer con sabor a nostalgia, silencioso, casi tranquilo y con miradas vidriosas, donde el sentirse queridos y aceptados casi como una hermandad, les presagió otras noches donde el grupo ya no estuviera unido, donde hacerle frente al mundo en otras ciudades sería como un volver a empezar, considerando que lo poco que tenían les había costado mucho alcanzarlo, es decir, tener una amiga o un amigo que sería siempre empático, casi como un hermano o hermana, algo extraño: tener en quien confiar y sentirse perdonado.
El silencio debía ser agradable, pero no lo era. Reinando en esa zona de la ciudad, algo hacía falta a pesar de saberse bendecidos con lo que tenían. El licor estaba allí, y era bebido a pausas, alguien cantó una canción de amor, pero esas experiencias eran preferible ser evitadas; alguien declamó un poema sobre la vida y, los presentes no querían saber nada más sobre la vida, a pesar de estar muy vivos, de pasar apenas los 24 años y saber que no todos los fines de semana contarían con la seguridad de volverse a encontrar. Algunos fueron pacientes psiquiátricos y, algunos no solo pasaron una noche en la carceleta, algunos habían estado en prisión un par de meses y en plena libertad, contemplaban el cielo como algo reconocible, algo por el cual se esperó mucho bajo la sombra, bajo el entendimiento de la libertad.
4 de la mañana, una hora precisa para tirarse de un puente, cortarse bien las venas o tomarse todas las pastillas del botiquín. Eso pensaron todos. Y tuvieron miedo, nadie quería separarse de nadie, era como un querer quedarse allí definitivamente, detener el tiempo, sin importar el frío o el mutismo. Era como un temor al día que empezaba a manifestarse, a lo incierto de cada segundo, del saberse solos otra vez en la jungla, una ciudad donde como en todas partes, nadie tiene garantizada la felicidad.
Porque estas cosas ocurren y uno no se da cuenta, ocurren como cuando besaste a la primera mujer que amaste y no te diste cuenta cómo fue porque esas cosas suceden repentinamente si es que uno es correspondido y en un abrir y cerrar de ojos, se fue muy feliz como también, se conoció la maldición de todo buen amor y su final cruel. Y así, las cosas ocurren tan inesperadamente como cuando la anciana de 65 años parecía caminar, perdida, desprotegida, totalmente sola en el mundo, sin temerle ya a nada a la vez, como si presagiara la soledad más intensa, la espera de la muerte o el tener meses enteros sin tener con quién conversar.
Los muchachos y muchachas percataron ello y fue que la buena anciana volvió a sonreír, a sentir que era otra vez una bella adolescente que tenía amigos que la querían como a una amiga, y las historias de amores reales como los imposibles, los secretos de los varones notables de su generación, las mañas para los lavados vaginales y el saber afrontar atrasos menstruales, las sacadas de vuelta o los hombres que se fueron para siempre, los hijos que ya no la recuerdan o la lotería que nunca se  sacó a pesar que una bruja muy connotada se la cantó con números y, todos esos remedios para curar enfermedades o el cómo procurarse el vigor para toda una noche de sexo con receta  completa les devolvió la vida a los muchachos y muchachas que vieron en ella lo que en realidad era: la vida misma, una mujer que resumía el mundo que ellos recorrerían inevitablemente.
Porque los hombres de seguridad de la ciudad se quedaron sorprendidos a las 8 de la mañana, de verlos tan felices, tan tranquilos, como si fuera una verdadera cátedra universitaria a la que se asiste el primer día con el entusiasmo de los que quieren aprender. Era la buena anciana que recordaba cómo era la modulación y sonido de su voz que hacía meses estaba apagada, sin pronunciar palabra alguna. Porque los hombres de seguridad lo entendieron así y tuvieron ganas de quedarse con ellos y también compartir unos vasos de licor. Esto no pasaba todos los días. Pero la gente escandalizada daba pasos apurados y decían que eso no estaba bien, que qué hacía una anciana con muchachos y muchachas bebiendo a plena luz del día sin ningún ápice de moral o vergüenza.
La magia había acabado mientras les tomaban fotos y la noticia corrió desde las redes sociales a ir de boca en boca, el mundo se enteraba que en Arequipa la soledad era eso: una anciana riéndose como en sus viejos tiempos, entre vasos de licor y, muchachos y muchachas que, volvieron a sentirse vivos, después de largos 24 años donde el tedio parecía resumirlo todo a un sin sentido necesitado de felicidad.
Los hombres de seguridad luego de retirarlos de la zona, ante las quejas y censura de los transeúntes meditaron mucho lo ocurrido, como a esta hora lo está haciendo toda la ciudad. y las horas pasan como una carga muy pesada mientras veo mi billetera y sé que se me acabaron todos mis ahorros para irme de putas.
Sin duda algo más nos hace falta en la ciudad o en el mundo entero, para ser felices.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco




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