ESE ESCRITOR QUE ESCRIBIÓ VARIAS BIBLIAS SIN SALIR DE SU CIUDAD






De estos privilegios donde estoy apartado y complacido, a fuerza de entender y aceptar mi destino, me quedan recuerdos tiernos y sobrecogedores para los de mi generación, de lo que era imposible y fue motivo de mis desafíos y arremetidas, no contras el destino, sino contra un mundo que fue soñado por muchos y, permanece en la inocencia de otras generaciones nuevas, para lo cual tuve en su momento, cuando el discurso romántico se expusiera en la ciudad, con opúsculos publicados por amigos, queda ahora el saber que este oficio no rentable, injustamente para muchos por querer vivir de la escritura, encierra los personajes propios de una realidad que se convirtió en total, desde la globalización hasta las mujeres de otras patrias, con otras costumbres y novedades para mis lecturas que, en su momento me hicieron entender de las pocas diferencias que hay, entre el buen trato y, las experiencias comunes, cuando se trató de los sueños personales y la tragedia de los que tuvieron que renunciar a lo que sigue entre mis dedos fluyendo sin detenerme en estos escritos, sin censura alguna, como homenaje a los poetas o escritores que tras el libro que debe ser impreso, sueñan con sus nombres en un texto desde el cual sincerados, expresen la salvación del individuo, la negación de las derrotas que son similares y comunes a todos, la humanización discreta o el canto apoteósico que es solo entendido en las noches plácidas de soledad, cuando se aceptó el ser un solitario y, además de hallarle gusto a este estilo de vida, el espacio propio del cual tanto escribí por los años noventa, fuera hallado en esta personalidad ajustada a una ciudad donde no hay más fantasmas, salvo la vergüenza que es una experiencia constante y de la cual me animaré con el pasar de los años a esclarecerla, cuando todo sea comprensible desde el lenguaje más claro, sin eufemismos ni palabras muy rebuscadas, si acaso el saber es de todos y así, las palabras son simples, cuando el entendimiento se ha dado, bajo los rigores de la responsabilidad y el criterio ante las consecuencias de lo que se hace y escribe. Porque nada en mis escritos o mi persona es dejado al azar o la casualidad, ser el que se escribe para ser el que vive, a mi conformidad, me place, sin necesidad de París o Barcelona, Roma o Estambul, New York o Buenos Aires, hasta allí jamás podría hallar la comodidad propia con la que actualmente cuento en esta ciudad, desde la cual tengo el mar a un par de horas y, los momentos plácidos, sencillos en el total sentido de la palabra, es decir, sin complejidades ni obsesiones confusas o perturbaciones, me dicen que de aquí no debo moverme, con mis jarras con café, con mis sentencias del amor o mis silencios desde mi encantadora y motivante soledad que se asemejan más que al misterio, a la fortaleza con la cual me ha llenado esta ciudad, sin ánimos de fama o protagonismo. Porque escribo para pensarme con una máquina es escribir portátil en cualquier punto de la ciudad sea como si fueran los ochenta, en el sueño del que sin saberlo hasta sus 27 años, fue concebido para ser escritor, sin ser necesariamente burgués sino más bien, un escritor visceral que ahora tiene los nervios templados y apenas se contenta con las muchachas del placer, unos tabacos mentolados y, las horas de la escritura, cuando todo está muy claro, desde cualquier parte del mundo donde soy leído, para la certeza de los que sienten que hay muchas cosas absurdas e inexplicables en la vida que nunca tendrán un respuesta que contente a todos o, que cuando por las mañanas al salir a la puerta de mi apartamento, a mis casi 50 años, mi sensibilidad me diga que el mundo podría ser Grecia o la India, quizá Alemania o Rusia, pero como el hombre que recorrió todos los caminos que debía recorrer en la misma ciudad que es todo el mundo, se complació con el término rotundo de definitivo, para hacer su propia literatura, sin buscar reconocimientos, ni tampoco respuestas de mis lectores y lectoras que hasta ahora no entienden cómo es posible que un escritor que está lleno de mundo, no desee moverse de donde está, renunciando a otras latitudes, si acaso una sola ciudad le bastó, para llenarle sus páginas, mientras escribe.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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