LA MUCHACHA ABURRIDA






Antes de llegar a la ciudad ya había conseguido un par de amigos a quienes complacía con sexo de vez en cuando sin que supieran que lo que ella quería era tener vida nocturna, no le interesaba para nada el amor ni tener hijos. Le era indiferente quien fuera su pareja, con tal que le llevara a recorrer toda la ciudad de cabo a rabo por las noches ella accedía a los reclamos de amor que los tontos le pedían, creyendo que tenían una relación de pareja con ella, que habían sentimientos de por medio y todo eso que se planifica cuando se está enamorado.
Ella sabía elegir tipos que no trabajaran, a los cuales desanimaba apenas querían buscar un trabajo para pasar a la siguiente fase de la relación, es decir, no solo irse de fiesta en fiesta por toda la ciudad en cuanto evento cultural hubiera, sea patronal o de aniversario de distrito. El sexo fue algo que dejó de gustarle desde que le dijeron que no servía para el amor por tener una vagina malograda e inútil para concebir hijos. La vida no podía ser tan aburrida pensó antes de salir de su ciudad cuando decidida quiso saber cómo era el mundo para enterarse de las personas, de las cosas que tenían para decir entre los que están locos y los que se juegan la vida en cada fiesta porque tienen mucho qué defender a nombre o mujeres ganadas. Ello le atrajo de inmediato, el querer saber cómo eran las personas que nunca imaginó, las vivencias diferentes, las anécdotas que debían ser vistas, la ausencia del miedo al recorrer calles desconocidas en compañía de los tontos que jugaban a ser héroes, llevándolas por donde el capricho de sus piernas le instaran a querer conocer, entre los secretos de cada barrio, donde entrar implicaba darse a conocer para conocer a los que viven en ciertas zonas donde no se deja entrar a nadie.
Para estos casos, debía estar con un tonto a buen recaudo, es decir, alguien que padeciera de retraso mental y fuera de buena familia, un caso de esos que hay en las familias numerosas y es muy común, para así poder preguntar por las personas que le inquietaban el ojo que descubría un mundo jamás imaginado.
Todos sabemos que los tontos conocen mucha gente por ser carismáticos, simpáticos y carentes de malicia como entendimiento. Al ubicar a un par de ellos, no perdía el tiempo en provocar celos para no perder al hombre que le hacía conocer hasta los extramuros de la ciudad, con la ignorancia propia de los que desconocen el peligro o la muerte, característica de los inmaduros o historias clínicas psiquiátricas destinadas a recetas que solo servían para malgastar sedantes o ansiolíticos ante alguien que estaba loco pero no padecía de nada, solo de inmadurez, vuelto a decir, locura propia de los que aún no sientan cabeza, es decir, no se dan cuenta cómo es la vida o el mundo y están siempre ensimismados en reflexiones que humillan a Dios por ser literalmente tontas o carentes de valor alguno, sin talento para algo que procurara un Don protector o alguien que protegiera.
Es que la vida es eso que se marcha rápido entre el aburrimiento y las renuncias. Sin deseos sexuales e imposibilitada de ser madre, había hallado el placer en saber de las novedades de extraños y ajenos donde nutría su sabiduría con aprendizajes superiores a las novelas escritas por los mejores novelistas. Concluyó que el sexo no era necesario para ella, como si fuera esto novedad para algunas mujeres y, que no ser madre tenía sus ventajas y beneficios, era una mujer libre que aún no cumplía 30 años y, feliz, sin depender del alcohol u otra droga. Lo suyo era la novedad, adicción que padecen los viajeros y gentes de mundo cuando se han cansado de leer y desde su desbordante inteligencia, han perdido el miedo a la noche y las ciudades peligrosas.
Tiempo después, lo encontré solo por las calles buscándola, tratando de saber con quién estaba, hablando mal de ella, sufriendo de celos e impotencia de no saber dónde estaba ella, imaginándose lo peor que un hombre enamorado pueda pensar. Al verlo supe que había conocido el miedo, por fin tenía miedo luego de haber sido el rey de las calles, alguien respetado fuera donde fuera y, no por su gallardía o coraje, sino por ser un hombre que no había madurado, alguien que no era consciente de los sufrimientos que ocasiona el amor, en otros términos, un tipo bueno y con alma aún, virtudes que le concedieron un perdón ante los ojos de los que ya nada tenían qué perder en la vida.
Supe que ella estaba con otro hombre entonces y sin culpa alguna por el daño que él padecía, veía en el nuevo hombre más ciudad y más mundo, repitiendo el patrón de conducta que empezó a perfeccionar antes de llegar a la capital, donde ahora está con otro hombre, recorriendo la ciudad desde los barrios de clase alta hasta los que tienen el ingreso prohibido la policía.
Que si bien el beber y el sexo eran cosas aburridas, la vida lo era más, pero si el mundo tiene 7,000 millones de personas, debía enterarse de la mayor cantidad de historias posibles para vencer las horas del tedio donde perdía la razón.
Los hombres solo eran cosas a utilizar para este fin, antes de renunciar por completo a los privilegios de la juventud, esa gracia que se va y que ella asociaba con la soledad y los hombres que dejó en el camino, porque también se tomaba la molestia de mantenerlos en contacto para revivir la llama del amor y tener compañía en los años de la vejez, cuando tuviera muchas historias qué contar antes de rendirse a una sola calle, una sola casa y, un solo hombre para todos los días, en medio de evocaciones donde todo lo aprendido la convirtiera en una mujer que riera y fuera feliz, entre las arrugas y malos olores, las enfermedades y los tontos que no la olvidaron nunca y ante su sabiduría desestimaba entender por qué la amaban aún.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco


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