EL DÍA EN QUE EMPEZAMOS A PAGAR POR RESPIRAR










El ciudadano llegó al banco de aire donde inmediatamente le quitaron su mascarilla buconasal para colocarle una mascarilla con un soporte de 5 minutos de oxigeno filtrado, libre de ozono y bacterias y, sobre todo, del virus que asoló a todo el planeta y malogró para siempre la atmósfera. Pudo percatarse que las provisiones de barras con hierro, complejo B, vitaminas A y C, magnesio, calcio, entre otros nutrientes necesarios para su alimentación, estaban en stock, que no volvería a ocurrir lo del día pasado, en que el pánico por un desabastecimiento de barras de alimentos, ocasionara una compra compulsiva por parte de los pobladores de una ciudad donde se tenía que pagar por respirar, si acaso era así en cualquier lugar del mundo, salvo que la ciudad donde él radicaba, era la que contaba con el banco de mejor garantía a nivel mundial y, en caso el crédito de las tarjetas para comprarlo fallara, el mercado negro de oxígeno para respirar le daría a su alcance oxígeno, para digamos, hasta 48 horas. Lo normal era ir al agente de banco de la zona donde vivía y comprar su cuota de oxígeno de 24 horas, que incluía ansiolíticos y vacunas de nueva generación respirables que venían incluidas dentro del tanque de la mascarilla que era llenado en el banco; además había que agregar que el visor de la mascarilla marcaba la temperatura corporal, el nivel de triglicéridos, ácido úrico,  la glucosa, la presión arterial, el ritmo respiratorio y cardiaco, la creatinina y la cantidad de hemoglobina en la sangre, como también, la cantidad de glóbulos para el sistema inmunológico como un detector de enfermedades no conocidas sean del que llevaba la mascarilla como de las personas con quienes tenía el trato de rigor, siempre a un metro de distancia, espacio vital regulado por la Ley de sanidad, para evitar cualquier enfermedad, virus o bacteria, que no solo le enfermaría, sino que lo podría convertir en un portador de algún agente patógeno no conocido para el que aún los laboratorios no tenían cura. ¿Para las 24 horas? El hombre que llevaba la mascarilla suplente con filtro le miró a los ojos al banquero de oxígeno, estaba acostumbrado al sarcasmo de éstos cuando siempre hacían esa pregunta a todos los prestatarios del banco, era un eufemismo usado en vez de: ¿por cuántas horas más puede vivir?
Se supone que para el siglo XXI se había estimado colonizar Marte y que las condiciones de vida serían mucho mejores para las personas, si acaso también se estimó que habríamos alcanzado la inmortalidad, cosa que no fue así. Una mañana de pronto un científico descubrió un virus extraído de los montes del Himalaya que se remontaba a una era antes de la humana y, desde entonces en menos de un trimestre, el mundo cambió, desde la economía hasta los modelos de civilización. En suma, todos llevaban máscaras buconasales que se retroalimentaban así mismas, eliminando dentro de los filtros de éstas, 1 litro de agua vaporizada concentrada que servía para el consumo de las personas y que el banco de oxígeno sabía capitalizarlos en los mercados de consumo previo proceso catalizador que aprovechaba al 56%, los minerales, vitaminas y proteínas expiradas por el prestador, lo cual le daba créditos acumulables para tener también barras de grasas y fósforo como otros nutrientes que les permitían tener un organismo compensado, sano y útil para los descendientes de los ultra ricos, quienes desde bunkers especiales, podían llevar esa vida tan normal como la que se llevó por inicios del siglo XXI. En realidad se vivía para ellos y, se les daba a cambio, oxígeno desde bancos, cada 24 horas. El sistema funcionaba así. Todo era útil, desde los gramos de excretas limpiados en los bancos donde se hacían lavados rectales hasta los que extraían con sondas de la vejiga los orines en mililitros, usados con fines farmacéuticos para desde laboratorios donde los procesaban, servían para cultivos de nuevos inhibidores de virus resistentes ante una atmósfera que no podía ser respirada.
Lo miró fijamente al banquero y le respondió, sí, para 24 horas, mientras volvió a colocarse la máscara buconasal para dirigirse a su apartamento donde vivía en soledad, incomunicado de las demás personas, teniendo como único contacto con el mundo el internet, desde donde podía ver videos de cómo fue el mundo antes de la pandemia que asoló al planeta y les dejó sin oxígeno para respirar, en ciudades aisladas, donde se pagaba de esta forma a los bancos, para poder respirar, porque además, nadie quería morir, a pesar de todo.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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