EL MUCHACHO QUE TENÍA MIEDO Y HEDÍA

Así, el muchacho fue de psiquiatra en psiquiatra, luego de haber sido evaluado por gastroenterólogos, neurólogos, sin poder precisar qué era lo que tenía. Para ser preciso, tenía mucho miedo, miedo a la gente, a todo el mundo, y estaba enfermo del estómago. Alguna vez un hombre que presumió de ser sabio le aconsejó ingerir sus propios orines, mientras que los psiquiatras le recetaban sedantes y pastillas para el estómago que no hacían efecto. Aquella mañana, un hombre extraño, como son todos los extranjeros, llegó porque ésa era su misión, debía conocer a ese muchacho que hedía y sentía mucho miedo, el muchacho en mención creía que todo mal olor era de él. El daño parecía ser irremediable, a tal punto que deliraba y en su confusión, perdió la razón, ante el dolor de sus padres por no saber qué hacer para hacerle entender a su hijo que aún habían personas buenas en este mundo. El muchacho que hedía se hizo célebre en toda la región hasta llegar a los oídos, de comentarios extraordinarios de cuya fama, el extranjero entendió, debía llegar donde él, para hacerle ver que El Bien existe, que era cierto que el solo verle era evocar olores desagradables, olores que en realidad existen en todas las ciudades, a los cuales, todos nos hemos acostumbrado y no percatamos por la costumbre, mas al verle al muchacho y asociarlo de inmediato con el hedor, el olfato se les agudizaba y era que volvían a tomar consciencia del olor de la ciudad y, sabían que el muchacho estaba convencido que era de él el hedor, y era inevitable reírse, sin saber del daño que se estaba ocasionando, no solo con él, sino en toda la ciudad y hasta donde el extranjero se enteró, y pensó, no debe permitirse tal crueldad, si lo permitimos, el mundo será mucho peor de lo que es, y el mal dominará los corazones en los hombres que tuvieron buena voluntad y se están dejando ganar por la tentación a la sorna, la burla, el escarnio, el vituperio, el vilipendio, la tortura psicológica, no, no, no se puede permitir que en la mente de un joven inocente, el convencimiento de que el mundo está lleno de gente mala, sea su verdad cuando tenga que rendir cuentas ante Nuestro Señor, se están condenando todos y eso es algo que debe ser solucionado. Y así, en los propósitos de los hombres sabios, en conversación con los padres del muchacho, supo llegar a él en confianza, con un libro lleno de páginas en blanco para que el muchacho lo llenara con sus experiencias y, llegado el momento, cuando pudiera recuperar el discernimiento entre lo que es bueno y lo que es malo dentro de La Ley de su entorno, rescatara de su vivencia lo que tuvo que entender desde el miedo para cuando el muchacho encontrara su razón de ser y, se uniera al propósito de recordarle a las personas que El Bien existe y no debe ser vulnerado. Así, el muchacho escribía todos los días en cada página mientras el hombre filosofaba con él, habituándole al consumo de limonadas sin azúcar, incrementando gradualmente el consumo de éstas hasta que llegara a tomar 6 litros diarios durante mucho tiempo, el tiempo necesario en el que su amistad llegó a su final, cuando el extranjero le dijera: “no permitas que te vuelvan a hacer daño, el miedo no debe dominar al mundo, todo lo que has escrito es tu sabiduría, ahora puedes volver a estar junto con los demás y elegir entre los que sepan discernir y los que en este momento estén sin alma, por creer que lo que pasó contigo, debe pasarle a otros muchachos, en nombre de eso llamado: diversión, entretenimiento, sin considerar que las personas tienen sentimientos y son Personas con Derechos Humanos”. Y este hombre se fue, y evitó que al muchacho le diagnosticaran de enfermo mental, para evitar el dolor de su familia y recuperar la alegría de sus amigos y la reacción generalizada de quienes comprendieron de su error y junto con el joven que tenía miedo y hedía, aprendieron que desde algún lugar en el mundo, siempre habrá alguien que acudirá al llamado, si es que debo ser puntual, lo que ocurra de manera extraordinaria en cualquier parte del planeta, ha de llegar hasta los confines, a oídos, de los hombres sabios que practican El Bien. Está demás decir que el muchacho limpió su estómago con los 6 litros diarios de limón con agua sin azúcar que ingería y, desde entonces, la gente le asoció a la lucha librada desde hace milenios, lucha que siempre fue vencida por El Bien, contra El Mal. Julio Mauricio Pacheco Polanco Escritor

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