LA DURA LECCIÓN DEL INDIVIDUALISMO

Debe costarte mucho, para que una vez, hayas logrado tu objetivo, te conviertas en el poseedor de una sabiduría severa que se reitera en cada persona de éxito: “a mí nadie me ayudó, yo lo hice todo solo y pasé las peores experiencias para tener lo que ahora tengo”, que, a grandes rasgos, revela lo que es un ganador, producto del libre mercado y el ser competitivo. Porque si eres bueno en algo, ¿por qué deberías dudar que otro te saque del lugar que te has ganado? Por ejemplo, aquella mañana, en plena reunión entre compañeros de banco, donde los que hacíamos operaciones crediticias, siendo nuevo en el trabajo, sentí rechazo ante quien había logrado superar su meta, echando en cara a sus demás compañeros de trabajo su triunfo, sin que pudiera ver un rostro feliz, sino, más bien, un rostro que reflejaba venganza. ¿El ser competitivo nos hace felices entonces? Particularmente pienso que no. Es diferente hacer el trabajo con pasión y ser feliz en ello, a echar en cara a otras personas que uno les ha ganado, creo que eso es humillación, una satisfacción que se regodea de las derrotas de sus demás compañeros de trabajo, como si esto no les doliera, sobre todo cuando se trata de un trabajo que se realiza por necesidad, donde hay familias que se tiene que mantener, trabajando bajo presión, sintiendo estrés y perdiendo la salud, a sabiendas de todo esto, por quien les enrostra un triunfo que pone en tela de juicio el derecho al individualismo. Y este tipo de ejemplos los encontramos en todas partes, bajo el ejercicio del poder y el culto al éxito, si es que el éxito es propio de quienes asumiendo un liderazgo, entienden que el líder apuesta a trabajar en equipo, en la medida que enseñe lo que sabe, para conseguir metas en común, creo que ése es el verdadero espíritu de un trabajo en equipo y, lo que señala a alguien como a un líder. Sin embargo los egos se manifiestan en todas partes y, se porfía no por la razón, sin dar soluciones, sino por orgullos vanos, terquedades donde no se quieren aceptar errores, cuando aprendemos mucho de éstos, para ser mejores personas y, hacer de nuestro entorno, un grupo humano que responda a las necesidades dicho sea con propiedad también, de seres humanos. La pandemia nos dejó lecciones bastante duras, primero, que el dinero no servía de nada, porque el virus es invisible y hasta ahora, ninguna clase social, rasgos genotípicos diferentes o erudición, ha sido tratada con excepcionalidad, el virus invisible para todos es igual, y lo va a seguir siendo, solo para recordarnos que siempre seremos iguales, por más que se insista en defender que unos son superiores a otros por logros obtenidos, si es que ello lo vemos en el día a día, sin hallar una solución que nos libre de esta pandemia. De si es una dura lección, lo es para todos, sin dejar de nombrar los regímenes totalitarios como el comunismo o la supremacía blanca, o las personas de color que insisten en enviarme correos electrónicos desde África, con estafas que, entiendo, con las cuantiosas sumas de dinero, no precisamente tientan con lujos o viajes o poder económico, sino, con la necesidad de tener ese dinero si es que fuera el caso, la persona en su desesperación lo necesite, por tener algún familiar que está entre la vida y la muerte y, requiere tratamientos muy caros. Así, ni la experiencia de estar frente a frente a la muerte, logra enmendarnos para ser mejores personas. Entonces, ¿tiene remedio la condición humana? Cómo pues reformar la corrupción por parte de aquellas personas que persisten en actos delictivos a plena consciencia, sin ningún respeto por La Ley u otras personas. Cuenta la historia que hace mucho tiempo, hubo una nave donde se metían a los desadaptados que no se podían corregir, a los cuales en un barco, se les abandonaba a su suerte por los mares, expulsados de su ciudad, por no querer estos enmendarse, pese a las correcciones a las cuales se les sometió. ¿Vale el esfuerzo pues de intentar corregir con empatía a aquellas personas que a sabiendas que su conducta es errada, siguen infringiendo las normas de buena convivencia? Hay un sentido común que es propio de todos y, una decisión antes de un crimen que no merece excusa. No puedes ser empático toda la vida con aquellas personas que reinciden en conductas a las cuales se les corrigió para que entendieran que su proceder es errado, si es que debo finalizar este escrito con el Aforismo del Bien: “Dos maestros de la vida se encuentran en el camino con un escorpión que se ahoga en un charco con agua. Uno de los maestros de la vida logra sacarlo con una rama que halló en el lugar y le salvó la vida, ante lo que su compañero de ruta le pregunta, ¿por qué has hecho eso? El maestro de la vida le responde: nosotros practicamos El Bien, por tanto, es mi deber salvar a este escorpión cuya naturaleza representa al Mal por naturaleza. De reacción inmediata, el otro maestro de la vida, cogió su sandalia y mató de inmediato al escorpión sentenciando: si vas a hacer El Bien, hazlo bien”. Lo cual nos conduce una vez más a los caminos de La Ley y del por qué ésta debe ser ejercida con todo su rigor, en bien de una buena convivencia. Julio Mauricio Pacheco Polanco Escritor

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