POR QUÉ NOS EMPEÑAMOS EN SER VÍCTIMAS

En escritos anteriores diserté sobre la empatía, pero, ¿las personas están enfermas a voluntad? Sé que suena esto de manera indolente, es decir, ser insensible e indiferente, pero, las personas que son víctimas de una enfermedad emocional, no han encontrado otra forma para identificar su personalidad. ¿Falta de aprendizaje positivo? Todos tenemos en general experiencias muy negativas, en mayor o menor grado y, la vida marcha muy rápido como para tener tiempo para uno y meditar sobre lo que debemos enmendar en nosotros mismos. Le damos mucho valor a los bienes materiales desde el siglo XIX al siglo XX, que es cuando empezó esta nueva revolución tecnológica, sean desde la Primera Revolución Industrial, que desencadenó en nacionalismos y pugnas por libres mercados y capitales nacionalistas que compitieron con otras naciones, pero, ¿eso nos hizo felices? Es muy condenable que una persona que tiene poder sobre la opinión pública exprese que solo los idiotas son felices o, que uno es el arquitecto de su destino, ello implica con el tiempo culpar al sistema o lo que es muy común: culpar a nuestros padres por la forma de tener que tenemos, por qué, porque estamos vivos en un mundo donde las condiciones dadas para hacer realidad nuestros sueños nos enfrentan a un mundo donde todos compiten contra todos y el universo de personas frustradas es incontable y, lo primero que hacemos es culpar a nuestros padres por habernos traído a este mundo donde creemos que no podemos ser felices. Un gran número de personas por tanto, no aceptan o no toleran con resignación que no todo es posible en esta vida, y una manera de excusarse de toda culpa, es declararse abiertamente como una víctima no solo de la sociedad, sino, de la crianza que nos dieron nuestros padres o el entorno donde nos desarrollamos, así, echamos la culpa a la ciudad donde radicamos o renegamos de nuestra patria. Entonces, por qué es cómodo victimizarse y quedarse en ese estado de confort, por más increíble que se lea, porque las personas no queremos por nuestro ego, aceptar que cometemos errores. Por ejemplo, soy muy torpe y ello me frustra, y lo hablo a título personal, lo cual me conlleva a tener que ser paciente con mi persona, pero mi circunstancia es ideal, soy soltero y sin hijos y estoy en una condición privilegiada, con pocas obligaciones o responsabilidades, diría que en mi aprendizaje, aprendí a discernir entre todo aquello que aportara a mi bienestar desde donde siento que ser feliz es un derecho muy legítimo, pero eso es al precio de una soledad a la cual las personas no están acostumbradas. Desde que tomamos consciencia de cómo es el mundo, nuestras aspiraciones fueron muy altas, pero es inevitable que al no realizarse éstas, nos frustremos, pero, ¿por ello deberé ser un desdichado? Está en mí encontrar mis respuestas personales para tener la paz que se requiere para saber qué me impide disfrutar por ejemplo de tomar por breves minutos el sol al día en este confinamiento, ¿cuesta mucho valorar esto? Particularmente para mí, no es así, pero debo ser empático con las demás personas, no todos tienen mis hábitos de vida ni mucho menos son Escritores que como yo, necesitamos de nuestra soledad para poder escribir, así, no sea un Escritor que viva de la Literatura, a pesar de figurar en Google. Entonces, por qué decidí no ser una víctima, por qué tomé la decisión de tener paz. Dirán que eso no es fácil, que las enfermedades del alma son incurables y son producto de experiencias injustas en esta vida para con todos, que podemos empezar bien el día y en menos de 5 segundos, sentir que el día está perdido, para llenarse de mal humor y volver a echarle la culpa a mis padres por haberme traído a este mundo, culpar a mi país o al sistema y desentenderme de todo, identificándome como una víctima, es decir, alguien que se rinde y no quiere asumir la responsabilidad de llevar las riendas de su vida. Debo puntualizar que mi aprendizaje es personal y solo es aplicable a mi persona, así, el camino que recorro, es propio y, el camino de cada quien, es diferente y legítimo, por tanto, no tengo ningún derecho a enseñar a cómo vivir a las demás personas, así se empeñen en seguir siendo víctimas. ¿Aquí entra la moral entre El Bien y El Mal? Si me sujeto a La Ley de Perú, sí, es necesario seguir esa norma. ¿Qué La Ley es injusta? Las Leyes cambian constantemente, a veces ajustándose a las nuevas necesidades de las personas, sean bien interpretadas o no, pero sí hay algo detrás de la victimización: el sentir que se nos arrebató la felicidad ante un sueño que no se pudo concretar y que nos tiene frustrados de por vida, cuando este sueño, significó el sentido de nuestra vida, si es que la mayoría de personas no saben desde este sueño frustrado, para qué viven, a dónde deben ir y quienes eran o quisieron ser. Cuesta mucho decirle a una persona que tome iniciativas para que salga de su estado de confort de víctimas, si de por sí debemos puntualizar que no todos maduramos a la vez y, no todas las personas buscaron formas o mecanismos para dejar de ser víctimas, sea esto basado en decepciones muy fuertes y contundentes que les convencieron que nada vale la pena, y esto es una enfermedad del alma. ¿Maduran todas las personas en vida?, lamentablemente son pocas las que maduran, si es que madurar implica no solo asumir las riendas de la vida de uno y desechar esa idea de un destino fatal o que la suerte no estuvo del lado de uno, además están los aprendizajes relacionados con el entorno al cual no se quiso renunciar a sabiendas que era un entorno dañino, perjudicial para uno y, esto, podría desencadenar en sentimientos anárquicos y violentos siempre orientados hacia uno mismo, el hacerse daño a consciencia, por sentirse no merecedores del derecho a ser felices, pero usted me dirá mi estimado lector, ¿cómo puede ser uno feliz si no pudo hacer realidad el sueño que le dio una razón para vivir y que respondía a su: quién soy, de dónde vendo y a dónde voy? Todos tarde o temprano tuvimos esa respuesta. Solo puedo dar mi testimonio, nada más, no puedo decirles a las demás personas: ésta es la receta o fórmula para estar en paz y ser feliz. Quizá esa sea una respuesta dentro de las respuestas personales entre las miles de millones de respuestas que por iniciativa propia de las personas de este planeta, en lo óptimo,deberían buscar. Debo recordar que mereces ser amado, y amado por ti mismo, para empezar a amar a las demás personas, valorarte para valorar los gestos nobles de las buenas personas y saber apartarse de aquellas que prefieren victimizarse antes de dar el paso a ser dueños de su vida, una vida por la que se bregó para alcanzar un sueño que identificó en su momento, lo que se quiso hacer con la vida de cada persona dentro de este planeta. Otra respuesta no la hay, que no todos podemos hacer naves para ir a La Luna y colonizarla, o no todos podemos ser ultra ricos, ni mucho menos poder afirmar que hemos encontrado en esta vida que es una sola, a la persona correcta para el amor. Sobre esta marcha, las sanación no puede ser impuesta bajo métodos que a otros resultaron he hicieron una ciencia de ésta para aplicarlas a las demás personas. Es mi intención hacerles meditar sobre si somos víctimas, si tenemos derecho a darnos una nueva oportunidad una y otra vez como si la vida se trata de eso a cada día y hacerles entender que, más allá del estado de confort de sentirse víctimas, hay algo llamado felicidad y paz que es constante y cambiante y corresponde a una Ley Humana: el instinto de supervivencia, sin entrar en teorías de la evolución de la especie, sino en llegar a entender que dentro de los cambios constantes en la vida diaria y la historia, el ser humano, tiene derecho a la paz y la felicidad, sin que tenga que necesariamente estar constantemente comparándose con las demás personas, que a las únicas personas ante quienes debemos rendir cuentas es ante nosotros mismos, si es que entendemos que el tomar la iniciativa para ser feliz con lo que está a nuestro alcance y nada tiene que ver con lo que se quiso en su momento y era la razón de nuestras vidas, tiene mucha relación con el adaptarse al cambio constante, que nunca va a cesar. Julio Mauricio Pacheco Polanco

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