EL HOMBRE QUE NO TENÍA CON QUIEN CONVERSAR EN LA PANDEMIA
Solo silencio, silencio noche tras noche. Un padre
convencido que el comunismo debía imponerse en el mundo, y nadie que contestara
mis llamadas, nadie para poder decirles cómo me siento, apenas algunos amigos
que llamé cada 10 días para no aburrirles.
Las calles de la ciudad siempre estuvieron
llenas de gente, con el comercio funcionando en plena pandemia mientras que los
medios de comunicación llenaron de terror al mundo.
Intenté por enésima vez dejar de fumar
cigarrillos, pero mi padre se opuso y durante un mes luché para no fumar
mientras mi padre desde su habitación fumaba compulsivamente haciendo que
respirara el olor al cigarrillo. Mi padre, un hombre profesional, que fue
director de varios colegios, sociólogo y parco, silente, mudo literalmente,
alguien que sabe que no tendré de qué vivir cuando tenga su edad, que no me
deja herencia y no le importa en lo más mínimo, desde su postura egoísta de que
sea atendido en todo, desde que se le boten sus orines, se le haga la barba y
se le pongan los alimentos a la mesa, ensuciándolo todo a voluntad, a pesar de
saber que me cuesta asear el apartamento diariamente, siempre diciéndome que la
vida es así cada vez que le comentaba sobre un fracaso, induciéndome al
suicidio en plena crisis mundial de abril con la pandemia, diciéndome que hay
que tener coraje para suicidarse, que no todos los hacen, muy al hecho de que
él sabe que era un adolescente suicida.
Soy un hombre que llamó a una mujer de vez en
cuando que es meretriz y que me contestaba al final con amabilidad. Si antes
fui un hombre extremadamente solitario que era feliz haciéndole el amor a
putas, llegando a llorar por las noches ante la ausencia de ellas, lo soy ahora
más.
Para nada soy depresivo, pero en mi entorno,
tengo un padre que no soporta verme en paz o feliz. Me estoy acostumbrando a
las sorpresas, a sentir que soy feliz y que de pronto todo se derrumba en un
segundo.
Se me prohibió salir durante meses a la puerta
de mi apartamento a tomar sol, mientras la gente hacía de su vida lo que
quería, se me llenó de terror y estuve así por más de dos meses. Qué puedo
hacer, pues nada, he negado que vengan mujeres a mi apartamento a hacer el amor
por temor a que sean asintomáticas. He perseverado en practicar el bien, pero
llegado el momento, te rompen el corazón tanto que luego piensas, ¿si mi
discurso es la palabra para salvar al mundo y mi propio padre lo destruye?,
¿cómo así puedo salvar al mundo?, ¿mi padre quiere convencerme que el odio debe
vencer en este mundo?
No sé cuándo acabe todo esto. Sigo firme en mi
postura de mi lucha contra El Crimen Organizado, la corrupción, la ideología de
género y las pro-aborto, he escrito bastante sobre cómo evitar embarazos no
deseados para el odio de las feministas. Ya no daré discursos como solía
hacerlo en nombre del Bien, ahora escribiré, he escrito 9 libros en esta
pandemia y fui amenazado por Google a inicios de año de ser juzgado por
Tribunales Internacionales si es que decía cosas que estaban en contra de sus
políticas, pero hago uso de la Libertad de Expresión y escribo como ustedes
pueden leer, contra todo lo que me enfrento.
Soy un hombre que no recibe respuestas de las
mujeres de su Facebook, porque la mayoría son lesbianas o pro aborto o,
consumen drogas o alcohol. Soy un hombre que no tiene con quién dialogar en
medio de otra generación muerta y sin ideales.
Paso el confinamiento tomando limonadas y en
silencio y con un padre que se empeña en convencerme que debo llenarme de odio,
cosa que nunca podrá. Todos nademos con una esencia que no puede ser alterada
por nada. Y así será toda mi vida, guardar silencio mientras escriba, porque no
existe mujer que luche contra la corrupción, contra el crimen organizado,
contra el discurso LGTBI, contra las feministas o que rechace el alcohol y las
drogas. Así, escribo, pensando en mi derrota ante mi padre, con quien me empeñé
en usar la palabra para poder sobrellevar la pandemia, pero mi padre se empeñó
en destruir mi discurso. Si no he podido usar la palabra con un hombre que ha
sido profesor y director de varios colegios, y además es sociólogo, no podré
con el mundo donde nadie se pone de acuerdo con nadie. Soy pobre, lo admito, y
lo seguiré siendo, convencido que solo las mujeres se le acercan a uno cuando
hay dinero. Tuve que pagarle a cientos de trabajadoras sexuales para saber todo
sobre la menstruación, algo sobre lo cual ningún escritor se atrevió a
escribir.
No hay mundo que salvar, solo hay un mundo para
testimoniar lo que es.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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