LA VENGANZA CON LA QUE TE HAGO FELIZ



 

No soy como las mujeres piensan al amor, la mujer está convencida que su mejor venganza hacia nosotros es volvernos alcohólicos, drogadictos, cornudos, homosexuales, transexuales, locos o el destino más trágico e inimaginable posible. Creo que están enfermas del alma. Mi venganza es hacerles el amor y demostrarles que conmigo son felices, muy femeninas y anhelosas del placer que yo abro, para sus úteros no saciados, sus experiencias aún no iniciadas en algo que desconocen y que se llama: Amor.

No sé precisar cuántas veces les he hecho el amor a las centenas de mujeres que he tenido y se atribuyen el derecho a decir que están conmigo, porque yo no puedo recordar tantos nombres, si es que son nombres de lechos, nombres que uno quisiera buscar en la ciudad y, nunca hallará, cosa que no hago, porque para mí es su cuerpo lo que necesito, sus almas, sus orgasmos, el placer que las derrota y vence, el convencimiento que solo existe el placer entre varón y mujer, no entre mujer y mujer, o mujer y animal.

Lo soy todo al momento de hacer el amor, y las renuncias a sus ideas desviadas, sus deseos desesperados a que las necesite, para hacerlas sentir mías, luchas inútiles, imposibles batallas donde saben, conmigo en los lechos pierden, a saber que son felices, como nunca antes lo han sido, si es que así es mi leyenda viva, mi fama de amante invencible, de varón que no puede ser derrotado por pandemias totales, donde todos pueden morir, menos yo, y el legado dejado hasta antes de esta pandemia.

La habitación parecía un mundo aparte, con todo lo que se requiere para vivir dentro de esta, con una esfera de luces de colores, una cama sobre la cual, a mi viejo estilo, verifiqué si podría aguantar mis 90 kilos, si es que perdí 15 kilos en la pandemia, y supe, ellas olvidaron qué era la felicidad.

La primera vez que habíamos hecho el amor, ella apareció en la habitación de otro hotel, diciendo quién era yo que reclamaba tanto una muchacha que pudiera aguantar 8 horas de sexo continuo. Desde entonces, fueron experiencias que guardé en mi memoria, hasta aquella mañana en que salió de la habitación donde traté de hacerle el amor y no pude, porque ella cerró su luz o hueso pélvico, para impedir que la penetrara, jactándose ante sus amigas que me había estafado.

Medité en el día que ella anhelara tenerme el terror que siente cada vez que la llamo, para saber que se moja su sexo de solo oír mi voz desde el otro lado del celular y, exigirme que la visite sin que le preste mucha importancia, porque sé que me esperan una decena de muchachas para volver a saber de la existencia, de todo aquello que las hace sufrir en un planeta de mierda, donde estuvimos a punto de desaparecer, mientras que las muchachas desviadas y enfermas del alma, posteaban desde las redes sociales que los He-Man, nos habíamos olvidado de hacer el amor, que ellas habían vencido en esa dura batalla, donde nos dieron por derrotados, ante nuestros miembros viriles muertos.

Recordé aquella mañana en que la muchacha de la cual relato, a viva voz me reclamó como su esposo, cosa que aproveché de inmediato para rechazarla y hacerle el amor a otra muchacha con la cual lidiaba sus celos profesionales y a quien le provoqué sus mejores orgasmos, mientras ella se tragaba esas palabras dichas cuando afirmó haberme estafado y derrotado sin éxito alguno.

Hasta el día en que la tuve bajo mi poder, el día en que subí las gradas a toda velocidad he hice retumbar las paredes del balcón y las demás habitaciones, para entrar en su recinto y pagarle por 2 horas de sexo y exigirle que fuera mi esclava, donde yo sea el amo, el que no solo le arrebatara todos sus placeres, sino, la sumisión total, furia desatada en mis manos que zarandearon su larga cabellera como nadie lo había hecho, para penetrarla a mi regalada gana, mientras el furor de su útero me hacía entender que no solo disfrutaba al máximo el maltratado que le daba a su cuerpo, la violencia con la que le hacía el amor, si acaso soy el Escritor que escribió sobre sexo durante años y que la pandemia me hizo creer que había olvidado el arte de hacerlas llegar al clímax las veces que a voluntad yo lo deseara, porque no solo la traté sin misericordia alguna, sino que le arrebaté todos sus sentimientos, sin culpa alguna, para luego de las 2 horas de sexo continuo, echado sobre la cama, como si hubiera practicado una simple maratón más para mí, le dijera: no me has hecho eyacular, tendrás que ser mucho más sumisa de lo que eres para que vuelva a buscarte, si acaso, al verla al rostro, me sorprendí de verle con 3 acnés que enormes, le habían brotado en el rostro, a fuerza de haberla hecho segregar hormonas femeninas en esas 2 horas, donde hizo el amor como nunca antes lo había hecho, a tal punto que fue derrotada y convencida como es mi costumbre, de hacerles entender que solo a mi lado está la felicidad, no al lado de una mujer o un animal.

 

Julio Mauricio Pacheco Polanco

Escritor

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Julio Mauricio Pacheco Polanco

 

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