EN NOMBRE DE LA LITERATURA PARTE I




Me habla del sexo que tiene con sus amantes y parece no darse cuenta que no me interesa. Estamos sobre mi cama vestidos mientras fumo un cigarrillo mentolado. Ella quiere fumar marihuana, le repito una vez más que eso no está permitido en mi apartamento. Era una buena amante cuando la conocí, elegida entre un grupo de muchachas para hacer el amor, en esos años cuando mi sabiduría eran solo los orgasmos, dichas prohibidas en la ciudad donde radico, prohibidas para los hombres como yo que negamos las relaciones de pareja y solo hacíamos uso del servicio del sexo al paso brindado por ellas en esas casas de citas que ya no existen. Cómo le decía que la belleza no lo es todo, cómo le hacía entender que debía decir cosas que me interesaran, algo distinto a lo que experimento diariamente, sentarme en la puerta de mi apartamento que da a la calle de un barrio tranquilo por donde pasan pocos autos o personas, mientras bronceo más mi piel entre cordiales saludos de vecinos tan igual de aburridos de la existencia como yo. Es 14 de enero del 2022 y las noticias solo saben hablar de una tercera guerra mundial, ¿qué número de tercera guerra mundial es?, me pregunto mientras apago el ordenador desde donde observo al mundo, para luego de mis horas diarias de estudio, tomar mis pastillas para dormir sin querer pensar en nada, solo tener la mente en blanco y dejarme llevar por la paz, tranquilidad, extraña sensación podrán decir mis lectores, para un escritor como yo que está exiliado en la ciudad donde radica y, no desea recorrer un mundo del cual ignora todo como de igual manera sabe todo, en la misma proporción que tenga a mi alcance la información sugerida por internet, cosa que acepto con resignación, porque sé que lo que llega a conocimiento de mi observación es información filtrada, tal vez manipulada, orientada a que tenga ciertas nociones sobre una realidad que pocas personas han logrado descifrar en su totalidad o, en su sano juicio, desistieron en su intento por considerar ello, una gran pérdida de tiempo, pese a saber que todos tenemos el derecho de saber para qué hemos venido a este mundo.

Ella me pregunta sobre qué opino en relación a las palabras de sus amantes mientras lee su celular desde una red social, acaba de darse cuenta que ello me es indiferente y, si está ahora en mi apartamento, es porque es buena conmigo cuando la necesito para hacer mi higiene sexual, pero hemos hecho tantas veces el amor que el verla ahora sentada sobre mi cama, como una visita de alguien que se siente sola, me hace meditar en la urgencia de nuevas muchachas para el sexo. Qué opinas sobre lo que ellos me dicen. Doy una bocanada de humo por la atmósfera de mi habitación, esperando el final de la pandemia, esperando el inicio de la endemia, que todo esto acabe por fin. Ah. Me parecen conversaciones infantiles, propias de adolescentes que recién han descubierto el sexo. Miro mi celular y mis prisas me hacen agradecerle por su visita sin dejar de mencionarle que la llamaré cuando la necesite. Ella se retira sin saber yo si sabe ella por dónde carajos se fue su existencia hace tiempo, tampoco es mi problema, no estoy obligado a resolver el destino de todas las personas, con haber resuelto el mío estoy satisfecho, si las demás personas llegaran a entender ello, no, me equivoco, aquí todo se trata de dinero, con dinero se compra amor, casas, viajes, títulos profesionales y, hasta la mejor celda en prisión. Dentro del reducido universo de mujeres con las que me he quedado, donde soy complacido al máximo, si mis lectores den el total rigor al significado: máximo, comprendan por qué me sea muy difícil amar o meditar en la posibilidad de convivir con alguien o tener una relación de pareja, mejor diré que me agrada la soledad, el fumar mis cigarrillos sin ser molestado, escribir cuando se me plazca, no tener horarios para realizar mis labores intelectuales, ajustarme a una austera pero cómodo estilo de vida, lo necesario para poder abocarme a escribir y pensar en todos los errores cometidos por mi persona y los registrados por la historia, al menos la historia que estudio y está a mi alcance desde internet. Pero esta no era mi sabiduría, al menos la escrita en mis miles de escritos o decenas de libros, que para maravillarme sobre los primeros ojos en el instante de contemplar con asombro este mundo, los descubrimientos del cielo o los abismos, el saber la hora precisa para contemplar la primera estrella que aparece en el cielo de esta ciudad o, el reconocimiento de la belleza en el placer, en el amor duradero y eterno de solo pocas horas, como fue en su momento en otros años cuando hice mías a cientos de muchachas a quienes arrebaté el alma, en rituales donde oraban a un dios llamado Mauricio, a quienes ellas sin dudar en ningún momento, entregaban su alma, quizá porque eran muy dichosas, muy felices, o porque Mauricio soy yo. Debieron llevar unas existencias de mierda como para acceder a todas mis solicitudes como la entrega del alma, porque en sus orgasmos nadie podrá borrar de mis recuerdos, los rostros iluminados de gozo y alegría, vivencias que comenzaron a formar una leyenda en torno a mis recurrentes visitas a esas casas de citas donde era bienvenido y en el esmero de cumplir mis solicitudes, complacido para recordar cómo debió ser el amor alguna vez, si se tratar de volver tras las renuncias a los sueños con príncipes azules, fantasías donde alguna vez todo debió ser perfecto, así fuera en los lugares nunca pensados por ellas, cuando desde el despertar a la vida, jamás pensarían allí terminarían, no sé si encontrando el amor conmigo, o haciendo real viejas oraciones olvidadas, antes de ser devoradas por un mundo inmenso que cambia de amos cada cierto tiempo, sin que lleguemos a saber quiénes son y las razones de sus determinaciones tan frías ante lo que somos, si ser dios podría visualizarse en la imagen de alguien que nos ve desde todo lo alto y se hace una errada noción de nosotros, porque bien diferente es ver todo desde lo más alto, a estar en el llano donde esas personas que bien podrían parecer hormigas, son capaces de matarle hasta a él mismo.


©Julio Mauricio Pacheco Polanco

Pensador Libre y Escritor

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