LOS HOMBRES Y LA HISTORIA



 


Pude haber tomado un bus o haber viajado con mi hermano en su Chevrolet al balneario, para contemplar el último atardecer, para apearme en el parapeto del Malecón Ratti y ver cómo cambia de color el inmenso mar a partir de las 3 de la tarde, hasta entradas las horas cercanas de la noche, donde si hay  suerte, el cielo se torne rojo ante el agradable ver de un horizonte que contempló a muchas generaciones, para luego, regresar a casa, donde pasé mi infancia, si es que fuera preciso darme un duchazo, preguntándome por esos años cuando bajaba con toda la familia, si ahora no podamos mi hermano y yo, por no poder dejar solos a mi padre y madre en la casa de Arequipa, mientras se esté festejando el año nuevo en El Puerto Bravo de Mollendo, mi padre tiene cierta dificultad para caminar y, sería muy fatigante para él, subir las gradas de la casa para llegar a los dormitorios o, dar caminatas sobre la arena, porque al hecho de tener casi 81 años, tiene contextura gruesa y pasa de los 100kg, para lo que fuera su talla en su momento, 1,88 m, si me corresponda hablar de él, por estar bajo mi cuidado, como mi madre, bajo el cuidado de mi hermano, si ellos estén por ello disfrutando de muy buena salud, pero con los achaques propios de quienes pasan de los ochenta años. Creo que muchas cosas cambian con el tiempo, como el que muchos adultos mayores ya no estén con nosotros, algo ante lo cual me cueste mucho creerlo, si precise, sea un verano que no baje a mi terruño, sin que de pronto esto lo vea como algo necesario. Hay momentos en la vida de todo hombre en que se termina uno por convertir en el padre de su propio padre, donde uno renuncia a placeres que para otros pueden ser importantes, como pasar año nuevo en un balneario, ir a un concierto que se realice en la playa, estar hasta el amanecer mientras el cielo se aclara, hasta ver desde lo lejano, donde empieza Mejía, el balneario más cercano, donde están las familias más pudientes del Sur de Perú, hasta la primera playa donde, con los pies descalzos, humedecidos por el agua del mar, pisando arena que se puede hundir con los dedos, vea montañas de nubes bajas, las mismas que se pueden apreciar desde la quebrada de guerreros, la carretera sinuosa que está entre montañas llamadas: La Cordillera Costeña, cuya máxima altura es de un kilómetro y tiene una cruz enorme desde donde se puede ver a Mollendo como una ciudad en maqueta, si en el ver desde el auto, éstas nubes se abran para empezar a sentir el olor a la humedad o, el que emiten las fábricas de pescado, si al llegar a casa, la casa de mis padres, se sienta el olor típico de las casas de costa, que están frente al mar, un cierto tufo en el aire donde es inevitable sentir cierto olor al cual uno se acostumbra si es que ha nacido en Mollendo, ese olor a humedad.

Recuerdo que cuando llegaba el verano, siendo yo niño, eran forzadas las salidas al parque por las noches, para recibir la brisa reconfortante, si es normal ver a las personas, desde los balaustres de sus jardines, con ropa ligera, pasar la noche dialogando hasta el amanecer, porque no se puede dormir con tanto calor, por más ventiladores que se tenga en cada habitación, en esa derrota de no poder conciliar el sueño, ni ante las camas del algodón más fresco que se tenga, porque en el intentar acomodarse en la cama, el rostro rendido parecía rebotar de la almohada que, inmediatamente se ponía como una brasa y, entonces, es habitual que uno se dé duchas frescas, para mitigar el sopor de los 30 grados de temperatura que si bien, para otras personas de otras latitudes, es una temperatura tolerable, para nosotros, era sólo un recuerdo que en los parques principales, que empiezan desde esa larga avenida donde se puede apreciar de día, el horizonte y el mar, la invitación a tener conversaciones con amigos que llegaban desde otras partes del Perú o del mundo, se convertían en motivos para aparecer al encuentro y saber de las novedades, consumiendo bebidas bien heladas, sean helados o cremoladas, que viene a ser hielo batido con zumos de frutas, hasta las cervezas “al polo”, para calmar tanta calentura no precisamente del amor, si en estos meses, es cotidiano el contemplar a manera de costumbre, el cuerpo de las muchachas, en pequeñas prendas de vestir o ropas de baño, pasear por las calles, ante apremiantes erecciones de quienes las deseamos y se considere esto como algo jocoso o motivo de risa, si el verano y los amantes que no son de la costa, los enfrente a experiencias asmáticas a las cuales deberán acostumbrarse, entre ese hacer el amor, sea en las mismas playas, algo ante lo cual ya no se puede poner control o, en las habitaciones de hotel u hospedajes, en los que se hace el amor emanando gotas gruesas de sudor, para terminar en las duchas, lugar común, como lo son los platos con los frutos del mar, sobre todo los preparados con el pescado y esos mariscos que huelen a sexo de mujer, si el verano tenga aroma a mujer, en el recato de ellas de saber ser bien higiénicas, para no pasar por vergüenzas ante las visitas a sus casas que rápidamente percaten: “aquí viven muchachas con hongos vaginales”, si los aromas sean claros, notorios, con una atmósfera limpia, sin más olor que a mar salado, sin el smog de las grandes ciudades, sólo aire limpio.

Debe parecer muy extraño para las personas de Mollendo que, al retornar a lo que llamamos: nuestra “Tierra Santa”, nos encontremos con profesores que no nos reconozcan, con personas que ya no están con nosotros, si en las romerías al cementerio, no demos crédito que tal o cual persona no esté aquí más, con uno, que, en comentarios amenos, se les recuerde con pláticas relacionadas con esas anécdotas que propiciaron las “chapas” o apodos con los que se reconocen a los lugareños, si se pueda saber más de una persona por su chapa que por sus nombres, que bien puede uno preguntar por alguien sin que se dé razón de tal persona, pero al mencionarse su chapa, de inmediato, los ojos iluminados, se aviven y, se den todas las razones habidas y por haber.

Porque aquí en Arequipa es mediodía y es probable que comamos carne de cerdo al horno, acompañándose con bebidas refrescantes que si bien, el clima aquí está con resolana, es decir, con cierto calor agradable, pero con nubes en el cielo, los ánimos para celebrar el año que viene, sean alistando las maletas para enrumbarse a caletas que existen en todo el litoral de la provincia de Islay, donde queda mi terruño, o la provincia de Camaná, si es que aquí sea normal que una familia tenga hasta 3 autos, lo cual facilite poder llevar lo necesario para acampar en una de esas caletas, donde seguramente se preparará algo en una parrilla portátil, con guitarra de madera en mano, en plena fogata, si es que se cante canciones del recuerdo, o se comenten sobre lo bueno, malo y feo del año 2023 que se va, en las promesas y votos que el 2024 sea un buen año, si para mí, signifique mis 20 años de ser escritor de manera oficial, porque en el mes de junio del año entrante, se conmemorarán las dos décadas de haber sido publicado por mis amigos de ese entonces, mi ópera prima, un poemario épico titulado: El Viejo Libro del Cuero de Mamut, libro que tardó muchos años en salir de una imprenta, si es que lo empezara a escribir desde 1989, para finalizarlo con un poema que fue muy conocido, titulado: El Impulso de mi Corazón, para una tarde inesperada, cuando había agotado todo intento de ser publicado, un amigo de ese entonces, dentro de los claustros de la Escuela de Literatura de la universidad, quien tenía una revista que repartía gratuitamente, donde hubieron poemas, cuentos y artículos de los muchachos de mi generación, me diera la novedad que querían publicar esos poemas que tardaron 15 años en salir de mi libro artesanal, para de manera oficial, estuviera en físico, si pocos años después, los muchachos se las ingeniaron para publicar de manera artesanal sus propios libros, para venderlos, desestimando así el rigor que para ser un escritor publicado de manera oficial, debía uno que pasar obligatoriamente por una imprenta, si desde el año de 1990, paseaba con mi poemario, con las páginas cocidas entre sí, con mis poemas escritos con una Remington, y con una portada y contraportada, donde no había imagen alguna, salvo mis nombres completos y el título del poemario, algo que sorprendió amenamente a muchos de esa generación, por habérseme ocurrido de manera original, tener mi propio libro que, llevándolo a todas partes, se convertía en el ritual de mi presentación, por ser conocido como: el muchacho de los poemas, si me preguntaban: ¿y tienes ejemplares para venderlos?, ante lo que respondía, no he escrito para vivir de mis poemas, despertando risas celebratorias ante las normales ocurrencias que siempre tuve y que fui perdiendo, hasta convertirme en lo más cercano que hay en relación a ser un adulto serio, pero de buen decir.

Que si una cosa lleve a otra, sea necesario explicar su razón: empecé a escribir frente al mar, si por ello, el atardecer, sin importar la estación del año, sea una ceremonia para mí, en relación a mis  escritos, si mis primeros gritos escritos ante lo inconmensurable de la soledad, fueran frente al mar, por querer instintivamente tener a mi alcance respuestas al por qué vivimos, para qué vivimos, si a mis 52 años, dentro de mis largos y detenidos estudios, la historia del ser humano y el encuentro con ésta, se ha dado siempre sin que alguien haya resuelto estas preguntas elementales, base o punto de partida para todos los que estamos y estuvieron aquí, antes de empezar a comprometerse con el mundo y la vida, que si bien es cierto, hay todo tipo de personajes, como los que tienen apodos o chapas en el balneario donde nací, entiendo a mi edad, los que entraron a las páginas de la historia, a expensas de morir sin haberlo decidido, son en su mayoría, aquellos que estuvieron en circunstancias obligadas que no eligieron y los enfrentó contra situaciones donde debían tomar decisiones que sin saberlo, los introducía en esos gruesos libros que estudié en mi juventud, sin haber entendido que uno no busca protagonismo ante ciertos hechos, que la historia se sucede y recoge a los que estuvieron presentes en su entorno, si eso es lo que somos: instrumentos de causas obligadas, donde conocer la gloria, no era precisamente un mito, leyenda o cuento.

 

©Julio Mauricio Pacheco Polanco

Escritor y Pensador Libre

Arequipa, Perú

31 de diciembre de 2023

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