EL ESCRITOR PORNOSTAR
CAPÍTULO I
O sea, ¿no te
gusta hacer el amor cantando? Estoy cantando la misma canción que cantas,
¿quieres algo más? No te entiendo, tienes el útero ardiendo y estás como si
nada. A veces querido, hasta el placer se convierte en una experiencia que dejó
de tener su atractivo.
El escritor
que le hacía el amor a muchachas que recién conocía, es decir, sólo de a vista,
sabía elegir a aquellas matreras, las de más experiencia, para tener
fenomenales orgasmos, de esos que no se olvidan, de lo contrario no los
escribiría ahora. Había una muchacha que era muy ágil en la cama, recuerdo que
apenas la penetré, empezamos a reírnos a más no poder y a mofarnos de los
impotentes, de los que no tienen sexo. Sus piernas eran propias de una
contorsionista, las tenía dobladas y apoyadas sobre sus hombros, puedo decir
que fue todo un aprendizaje hacer el amor con ella, pero dentro de las
aventuras del amor, conocí a otra que era la sepulturera, la que volvía
impotentes a los hombres y, sobre ella, en el siguiente punto aparte escribiré.
Y así, en
este nuevo párrafo, hablaré de aquella mujer de senos muy voluptuosos y de
mirada nostálgica. Su mayor atractivo era el que estuviera en una habitación
donde sólo cabía la cama de ella, si es que estaba sentada sobre ella, a la
puerta de un lugar donde no se podía hacer 1,000 poses, apenas respirar, me
pregunté en ese momento si así serían los hoteles japoneses, donde se dice,
sólo entran las camas y parecen nichos de cementerios. Por supuesto que cerré
la puerta para darle curso a esa materia tan dispuesta a hacerme feliz, si es
que era capaz de doblegar los mitos sobre esa cama o ella, la sepulturera, la
que vuelve impotentes a los varones, para luego de una hora de sexo, donde el
aire olía sólo a ambos, saliera sediento de más placer, en busca de otra
muchacha para hacer el amor, porque no consiguió ella que eyaculara yo, siendo
mi afán pasear por unos pasillos que tenían las características de un
laberinto, paseando como todo un minotauro, entre creaturas celestiales que
caminaban a toda marcha en prendas menores o desnudas, mientras que los
parroquianos se masturbaban, viendo desde ojos falsos, a los que hacían el amor
con veinteañeras que habían hallado el sentido a la existencia.
Todo era
placer y orgasmos, la vida no podía ser mejor.
No sé si tú
me entiendas, que de pasar a un consumidor de videos para adultos, me convertí
en el varón que destacaba en esos monitores desde donde, nos podían ver,
haciendo el amor, si es que este detalle no fuera tomado con importancia,
porque los escritores pornostar se pusieron de moda y, siendo un escritor con
fama mundial, me dedicaba a hacerle el amor a todas las muchachas que
solicitaba, en tiempos donde no hubieron amenazas de guerra mundial ni pestes o
pandemias.
Para decir
gracias, es necesario haber compensado todo el sufrimiento que se tuvo. Mis
lectores me preguntarán porqué paso de un tema feliz a otro triste, si es que
la vida sea así: un reto donde vitalmente triunfamos para decir: ¡esta
existencia me gusta, carajo!
©Julio
Mauricio Pacheco Polanco
Escritor y Pensador
Libre
Arequipa,
Perú
28 de enero
de 2024
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